Bien sabido es que los tres conjuntos base del rock pesado son Zeppelin, Sabbath y Deep Purple; los primeros, seguramente la banda más grande e importante de la historia tanto por peso específico y legado musical como por ventas, yendo de un extremo a otro dentro del rock y superando a los mismísimos Beatles y Stones; los segundos, creadores del heavy metal propiamente dicho con todo su bagaje de alucinaciones y ambientes retorcidos.
Por último está Purple, los primeros de la trilogía en incorporarse a mi catálogo de discos. Particularmente creo que la banda era la única de las tres que hacía verdadero hard rock no apartándose de esa premisa; lo suyo era más cuadrado y básico y que no se mal entienda: no tenía el vuelo compositivo de sus dos pares, pero esa carencia (acaso) se compensaba con canciones de un enorme calibre reforzadas por el nivel de los músicos.
Con esto quiero decir que la única crítica que les hago es que casi siempre brillaron dentro de un determinado y cerrado estilo de heavy rock, cuando su talento daba para experimentar más allá.
Pero como no sacarse el sombrero y rendir pleitesía ante una voz eterna como la de Ian Gillan, sucumbir bajo una de las bases más técnicamente demoledoras de todos los tiempos como la de Roger Glover y Ian Paice (sin duda de los mejores bateristas ingleses junto a Carl Palmer, Keith Moon y “Bonzo” Bonham), rendirse ante los despiadados riffs y solos de un revolucionario de la guitarra como Ritchie Blackmore (hoy injustamente olvidado) y asistir ceremonialmente a la sobriedad y buen gusto de los teclados de Jon Lord, el más fiel representante junto a Keith Emerson y Rick Wakeman de la combinación rock- música clásica.
Deep Purple es de esas bandas donde es imposible definirse a favor de un álbum de su época dorada, pues todos son excelentes y fundamentales por una u otra razón: el explosivo y neoclásico “In Rock”, los más experimentales “Fireball” y “Who Do We Think We Are” y el precursor en vivo “Made In Japan”.
Fácil y obvio hubiese sido comentar su mejor e histórica placa, “Machine Head”, pero luego de la ida de Gillan y Glover a mediados de 1973 y cuando todos presagiaban un futuro sin salida, hubo vida en el seno de Purple con la renovación que supo dar la llegada de Glenn Hughes en lugar de Roger y la sangre nueva del ignoto David Coverdale calzándose los zapatos de Ian, y la aparición de un trabajo arrasador: “Burn”.
La nueva formación (conocida como Mark III) debutaba con un álbum tan visceral e importante como sus antecesores, y por sobrados motivos: desde el brillante sonido (siendo el más pulido en ese aspecto hasta ese entonces), pasando por ocho temas imperdibles y recalando en su principal secreto: la variedad. Porque aquí la banda deja un poco de lado el rock con toques clásicos, a merced de algo más “americanizado” con blues, soul y funk (influencias primarias de Hughes), paradójicamente por iniciativa del mismo Blackmore que consideraba que el grupo estaba cerrándose musicalmente, y que se acentuaría con los sucesores “Stormbringer” y “Come, Taste The Band”.
Todo potenciado por las alternativas que aportaban los dos nuevos integrantes: Coverdale teñía de potencia y emoción los pasajes con su inconfundible registro (no tan desarrollado todavía con el talento que lo llevaría a ser unos de los vocalistas más destacados) y Hughes no solo seguía los pasos de Glover desde las cuatro cuerdas sino que era el contrapunto perfecto de David con su voz aguda para formar un cóctel vocalmente brutal.
Deep Purple es de esas bandas donde es imposible definirse a favor de un álbum de su época dorada, pues todos son excelentes y fundamentales por una u otra razón: el explosivo y neoclásico “In Rock”, los más experimentales “Fireball” y “Who Do We Think We Are” y el precursor en vivo “Made In Japan”.
Fácil y obvio hubiese sido comentar su mejor e histórica placa, “Machine Head”, pero luego de la ida de Gillan y Glover a mediados de 1973 y cuando todos presagiaban un futuro sin salida, hubo vida en el seno de Purple con la renovación que supo dar la llegada de Glenn Hughes en lugar de Roger y la sangre nueva del ignoto David Coverdale calzándose los zapatos de Ian, y la aparición de un trabajo arrasador: “Burn”.
La nueva formación (conocida como Mark III) debutaba con un álbum tan visceral e importante como sus antecesores, y por sobrados motivos: desde el brillante sonido (siendo el más pulido en ese aspecto hasta ese entonces), pasando por ocho temas imperdibles y recalando en su principal secreto: la variedad. Porque aquí la banda deja un poco de lado el rock con toques clásicos, a merced de algo más “americanizado” con blues, soul y funk (influencias primarias de Hughes), paradójicamente por iniciativa del mismo Blackmore que consideraba que el grupo estaba cerrándose musicalmente, y que se acentuaría con los sucesores “Stormbringer” y “Come, Taste The Band”.
Todo potenciado por las alternativas que aportaban los dos nuevos integrantes: Coverdale teñía de potencia y emoción los pasajes con su inconfundible registro (no tan desarrollado todavía con el talento que lo llevaría a ser unos de los vocalistas más destacados) y Hughes no solo seguía los pasos de Glover desde las cuatro cuerdas sino que era el contrapunto perfecto de David con su voz aguda para formar un cóctel vocalmente brutal.
Aunque las virtudes de “Burn” no solo se apoyaban en los recién llegados: nunca podrían haber hecho una placa así sin la contundencia y precisión de Ian Paice, que enseña todo lo que un baterista necesita saber en las incombustibles “Burn” y “Lay Down, Stay Down” e imposible prescindir de la magnificencia de Jon Lord, que aquí se dedica más a rockear que a despuntar su gusto por lo clásico, y no sorprende que lo haga naturalmente bien.
Y párrafo aparte para Blackmore, un personaje conocido por su mal carácter y berrinches que se da el lujo de tocar como los dioses cuando se le da la gana. Pues en “Burn” no disimula su entusiasmo por la nueva etapa, y se despacha a gusto, desplegando su mano por el diapasón de forma imparable, tocando todas las notas existentes y sin cerrarse a un estilo determinado, para confirmar su genialidad neurótica a la altura de contemporáneos como Clapton, Page, y Beck e igualando la soberbia performance de “Machine Head”.
Acierto si digo que “Burn” es el equivalente del Mark III al clásico de 1972, donde no hay descanso para los malditos: los temas menos conocidos brillan como diamantes, ya sea por la adrenalina del ya mencionado “Lay Down, Stay Down” , el medio tempo de “Sail Away” (con Coverdale esforzándose hasta el límite), el blusero “What’s Going On Here” y el instrumental “A” 200” donde sin tapujos muestran su incomparable técnica con los instrumentos.
Y si los momentos “menos” destacados son esos, ni imaginar el resto del disco: repleto de himnos inolvidables, desde la apertura con “Burn” (probablemente una de las canciones más fuertes del quinteto), pasando por el “funk- rock” de “Might Just Take Your Life”, la bomba que es “You Fool No One” hasta el clímax con “Mistreated” y un Coverdale hasta las lágrimas.
Con “Burn” y su formación, Purple vivió días de gloria que se creían perdidos, y hasta lanzó a la fama a una de las mayores voces del rock y mejores frontman como David Coverdale, que alcanzaría el reconocimiento en solitario con otro estandarte de la música británica: Whitesnake.
Poco tiempo más duraría el grupo hasta su primera separación en 1976, para regresar en 1984 con el Mark II de Gillan y Glover y seguir vivo hasta nuestros días, con cambios pero con una dignidad inigualable y regalándonos más que gratificantes momentos con “Perfect Strangers”, “Slaves & Masters” “Purpendicular” y el reciente “Rapture Of The Deep”.
Y aunque por esas cosas raras del destino hoy los Purple no sean tan recordados como seguro lo merecen, gran parte de los ’70 fueron suyos, y “Burn” convertido en un fuego imposible de apagar que seguirá ardiendo hasta el final.
Calificación: 10/10
Y párrafo aparte para Blackmore, un personaje conocido por su mal carácter y berrinches que se da el lujo de tocar como los dioses cuando se le da la gana. Pues en “Burn” no disimula su entusiasmo por la nueva etapa, y se despacha a gusto, desplegando su mano por el diapasón de forma imparable, tocando todas las notas existentes y sin cerrarse a un estilo determinado, para confirmar su genialidad neurótica a la altura de contemporáneos como Clapton, Page, y Beck e igualando la soberbia performance de “Machine Head”.
Acierto si digo que “Burn” es el equivalente del Mark III al clásico de 1972, donde no hay descanso para los malditos: los temas menos conocidos brillan como diamantes, ya sea por la adrenalina del ya mencionado “Lay Down, Stay Down” , el medio tempo de “Sail Away” (con Coverdale esforzándose hasta el límite), el blusero “What’s Going On Here” y el instrumental “A” 200” donde sin tapujos muestran su incomparable técnica con los instrumentos.
Y si los momentos “menos” destacados son esos, ni imaginar el resto del disco: repleto de himnos inolvidables, desde la apertura con “Burn” (probablemente una de las canciones más fuertes del quinteto), pasando por el “funk- rock” de “Might Just Take Your Life”, la bomba que es “You Fool No One” hasta el clímax con “Mistreated” y un Coverdale hasta las lágrimas.
Con “Burn” y su formación, Purple vivió días de gloria que se creían perdidos, y hasta lanzó a la fama a una de las mayores voces del rock y mejores frontman como David Coverdale, que alcanzaría el reconocimiento en solitario con otro estandarte de la música británica: Whitesnake.
Poco tiempo más duraría el grupo hasta su primera separación en 1976, para regresar en 1984 con el Mark II de Gillan y Glover y seguir vivo hasta nuestros días, con cambios pero con una dignidad inigualable y regalándonos más que gratificantes momentos con “Perfect Strangers”, “Slaves & Masters” “Purpendicular” y el reciente “Rapture Of The Deep”.
Y aunque por esas cosas raras del destino hoy los Purple no sean tan recordados como seguro lo merecen, gran parte de los ’70 fueron suyos, y “Burn” convertido en un fuego imposible de apagar que seguirá ardiendo hasta el final.
Calificación: 10/10
Review por Fernando