09 julio 2006

IRON MAIDEN “Killers” (1981, Heavy Metal)


Bien, empezar este comentario es muy fácil: basta mencionar a Iron Maiden como “LA” banda de heavy metal por excelencia junto a Sabbath y Judas y la más representativa del metal tradicional de los ’80.

La única que aún en la actualidad puede mantener viva la llama metálica de un género mundialmente en decadencia desde hace años.

Y sería redundante volver sobre sus orígenes como líderes absolutos de la NWOBHM o hacer referencia a la gloria eterna que significaron álbumes como “The Number Of The Beast”, “Piece Of Mind”, “Powerslave”, “Somewhere In Time” y el directo “Live After Death”.

Absolutamente todo el decálogo del heavy metal está en ese puñado de placas, por lo que las palabras huelgan.

Tampoco es necesario agregar que la verdadera historia de la doncella comenzó con la incorporación a fines de 1981 de Bruce Dickinson quién dotó al grupo de la grandeza que le faltaba.

Pero antes hubo un embrión fundamental que cimentó la categoría posteriormente alcanzada: dos LPs (“Iron Maiden” y “Killers”) sorprendentes e innovadores ciento por ciento.

Porque Maiden se despachaba con un heavy metal inusual, elaborado, técnico e intrincado y hasta intelectual por la temática de alguno de sus temas, conjugado de manera colosal por su ideólogo, el bajista Steve Harris, quién de antemano siempre imaginó lo que quería para su grupo: juntar sus influencias musicales de adolescente y llevarlas a un heavy rock único.

Es correcto decir que gracias a Maiden, particularmente conocí decenas de bandas valiosas de rock británico y no correspondientes a la usual primera línea, que sirvieron de inspiración para el estilo de la doncella: desde la fuerza y magnificencia épica de los Who, pasando por el folk progresivo de Jethro Tull, la psicodelia de Néctar hasta la incandescencia del power blues de Free y Montrose.

Sin contar a los principales maestros: las dobles armonías de guitarras de Thin Lizzy y el febril hard rock de elite de los UFO; la tradicional imagen de Harris apuntando su bajo como una ametralladora, con sus calzas a rayas y su pie sobre uno de los monitores, podemos apreciarla en Pete Way, ídolo orgulloso y mentor en la forma de tocar de Steve.

“Killers” es una álbum rabioso, fulminante y majestuoso; derrocha energía, ensamble y ferocidad con una producción de excepción a cargo de Martin Birch (responsable tras las consolas en toda la etapa de oro de Maiden para convertirlos en los sucesores históricos (aunque no musicales) de Deep Purple), que logra hacer sonar a la banda en un terreno mucho más cercano al del consagratorio “The Number Of The Beast” que al del LP debut, hecho que también se refleja en el Eddie de la portada con rasgos ya adultos y plenamente definidos.

No sobran placas que empiecen de forma tan abrumadora como la intro de “The Ides Of March”, sólida y con Dave Murray punteando inacabablemente, para engancharse con el clásico “Wratchild”, una canción plena de garra en la que el cantante Paul Di’ Anno destella por su agresividad

Apenas es necesario ese inicio para dejar sentado que Maiden se traía consigo algo revolucionario y no escuchado anteriormente, porque hoy sabemos de ese bajo siempre el frente y ecualizado como un acorazado, esa dupla de guitarras infernales a la vez que melódicas, la voz siempre sobresaliente (sea la de Di’ Anno, Dickinson e inclusive Blaze Bayley, para poner de manifiesto que la doncella hizo variedad de materiales acordes a los distintos timbres de sus vocalistas) y una batería semejante a un ejército de golpes atacándonos, pero que nada de familiaridad tenía veinticinco años atrás.

“Murders In The Rue Morgue” mantiene un ritmo endiablado y demoledor, “Another Life” brilla por sus cortes y cambios de ritmo y el instrumental “Genghis Khan” arrasa.

Un poco de respiro sin caer en lagunas llega con la melancólica “Prodigal Son” y Di’ Anno afinando su tono, y la nostálgica apertura de “Innocent Exile”, preludio para la descarga posterior.

Quizás el momento más tremendo sea el del tema homónimo en el que la banda despliega todas sus dotes, con Harris escupiendo graves al tope, Di’ Anno inyectado en furia y el fenomenal Clive Burr desparramando técnica y dando cátedra de baterista de heavy metal, sin mencionar a los guitarristas.

Porque aquí queda claro que Dave Murray y Adrian Smith serán siempre los “hachas” decisivos en la música de Iron Maiden; Dave y sus peculiares solos, efectivos, rápidos y punzantes, y el fundamental Smith que aporta las melodías y elegancia justas para dotar de buen gusto al explosivo metal del grupo, obviando referirnos a sus por demás pesados y efectivos riffs.
La veloz “Purgatory”, “Twilight Zone” y la marcha imparable de “Drifter” terminan incansablemente con el vendaval desatado por un quinteto hambriento y avasallante en cada minuto del álbum, haciendo finalmente de “Killers” una placa imprescindible y clave en la historia de Harris & compañía porque fue la antesala del característico metal con el que Maiden tiñó los ’80, cada vez más trabajado, fuerte y épico disco a disco.

Bajo las garras de Eddie caí en 1984 a través de “Piece Of Mind” para seguir con los demás trabajos; y con un estilo difícil de digerir, el conjunto terminó taladrándome la cabeza unos meses después con “Powerslave” y a partir de él redescubrí hasta el hartazgo los quilates de Maiden y aún hoy espero con suma expectativa cada nuevo álbum.

Paradójicamente adquirí “Killers” recién en 1988, siendo el último cassette por aquel entonces en incorporar para completar la discografía del grupo.

Así fue porque pensaba que era uno de los trabajos menos destacados; rápidamente comprobé cuan equivocado estaba y me asesinó instantáneamente como castigo a hacerse esperar tanto...

Calificación: 9/10

Review por Fernando

05 julio 2006

GUNS N’ ROSES “APPETITE FOR DESTRUCTION” (1987, Hard Rock)


La década del ’80 fue la del pop; pero también la del hard rock, especialmente en USA. Y la “culpa” de ello lo motivó al advenimiento de un sin fin de bandas provenientes de las más variadas regiones de ese país, aunque el principal aporte lo hizo la escena californiana con epicentro en la ciudad Los Angeles y alrededores.

Visto hoy a la distancia, ese movimiento tuvo de todo; grupos buenos, regulares y malos, burdas copias u originales en todo sentido.

Pero artísticamente fue mucho más valorable (o valorado en la actualidad) de lo que se creía en aquellos lejanos días; la “actitud” mayoritaria adoptada por los conjuntos conspiraba muchas veces contra la música relegando a ésta a un segundo plano.

Casi todo era “glam”, imagen glamorosa: maquillajes, calzas, spray, botas, cuero, motos, chicas y el slogan “sexo, drogas y rock & roll” llevado a una ilimitada expresión.

Más allá de eso, se rescataba lo importante: bien o mal, todos tocaban rock and roll. Y a lo largo de esos diez años, cada dos hubo varias implosiones, aunque hay una fecha clave: 21 de Julio de 1987, día en que se editaba el primer álbum de Guns N’ Roses, “Appetite For Destruction”.

Porque hay decenas de discos decisivos en la historia del rock, y él es uno de ellos; solo rock & roll, sucio, apetitoso y destructivo como el título y sobre todo tradicional, básico y devastador.

Los Guns N’ Roses no exhibían nada raro, aunque combinaban de modo muy personal una enorme cantidad de influencias: desde el blues de los Stones hasta el hard rock americano de los ’70 con Aerosmith como grupo de cabecera, pasando por la rabia del punk de ambas costas (Ramones, The Stooges, Misfits y Pistols), el glam y rock británico e inclusive ciertos toques pop.

Y nada más acertado que aplicar a ellos la máxima de “estar en el momento justo en el lugar indicado”, ya que reinventaron la escena de LA, dotaron de calidad y seriedad musical a un movimiento cuyo tesoro menos valorado era la música, definieron el rock de los ’80 y en poco tiempo lograron artística y comercialmente lo que otros ni en vida alcanzaron.

Con el agregado que el tiempo los transformó hasta hoy en la última gran banda de rock genuino, por abarcar todos sus ingredientes: riffs, orgías, drogas duras, tours masivos, ventas, descontrol, histerias, depresiones, peleas y responsables del legado rockero final devorado por la llegada de los ’90.

Por eso, gran parte del significado histórico de Guns N’ Roses lo da este debut, comparable en cuanto a importancia e imponencia del material con el primer álbum de Led Zeppelin.

Desde una intimidante portada que sirve de preaviso a doce de las más grandes canciones que artista alguno pudiese grabar, “Appetite...” es lisa y llanamente una bomba: producción soberbia, sonido lleno, macizo y crudo, voces inconfundibles, guitarras machacantes y pesadas, bajo denso y batería al frente, en medio de un rockeo que riega adrenalina en cada surco.

El clásico “Welcome To The Jungle” es una de las aperturas más aplastantes de la que se tenga memoria: la incendiaria viola de Slash sacude los cimientos mientras que los coléricos alaridos de W. Axl Rose dan pie a la entrada del resto del grupo para darnos la bienvenida a un tema violento, oscuro e inolvidable.

Nada de ambientes “fiesteros”; el clima sigue apesadumbrado y rudo, “It’s So Easy” resalta las variantes vocales de Axl, con sus graves salidos de un féretro, agudos irritables y entonaciones afinadas.

“Nightrain” y “Out Ta Get Me” transcurren como mazazos por todo el cuerpo y “Mr. Brownstone” es otro punto alto con su magnífico estribillo.

En “Paradise City” los guitarrazos golpean sin descanso hasta el veloz duelo final entre Slash e Izzy Stradlin, seguramente el “cerebro” detrás del carisma de Rose.

“My Michelle” tiene un ritmo entrecortado hasta acelerar en los coros, sigue siendo rock & roll y gusta; “Think About You” y “Anything Goes” martillan hasta lo profundo en la cabeza, y “You’ re Crazy” alcanza el desquicio con los vaivenes de Axl, que parece pasar sin esfuerzo alguno de un tono a otro muy en la onda de Dan McAfferty, cantante de Nazareth.

Culminando, las dos últimas perlas: el hit “Sweet Child O’ Mine”, equilibrio de agresividad y melodía, temazo por donde se lo mire y una tempestad desatada en los riffs de Slash, cuya destreza y buen gusto lo ponen como lo mejor de la banda y a la altura de los próceres del encordado ocupando su merecido lugar en el panteón de los “guitar heroes” americanos.

Y “Rocket Queen”, nostálgico, agobiante y pervertido desde su letra, estribillos para el asombro y un final con dejo a tristeza.

Poco pasó con esta placa al momento de su edición (que se dio en nuestro país en el mismo 1987 con algunos meses de demora); un año después la situación cambió de color y en cuestión de días GN’R llegó a ser el grupo más importante del mundo con un multivendedor “Appetite For Destruction” que al año 1998 llevaba la friolera de quince millones de copias vendidas solo en USA.

Los años posteriores no hicieron más que acrecentar las expectativas por sus sucesores, “GN’ R Lies” y los volúmenes I y II de “Use Your Illusion”, un trabajo de estudio doble de más de tres horas de duración sin grietas ni espacios para distraerse.

Finalmente, los conflictos de Axl más el caos interno generado por los excesos de todo tipo hicieron que la formación dorada dijera basta con el cierre de su gira en julio de 1993 en Buenos Aires.

Aun al borde de la destrucción, mantuvieron su apetito por el rock.

Y nosotros lo devoramos con empacho, porque el rock es historia y este álbum uno de sus más preciados hitos.

Calificación: 10/10

Review por Fernando

02 julio 2006

WHITESNAKE "Slide It In" (1984, Hard Rock)


Después de la separación de Deep Purple allá por 1976, solo dos de sus ex miembros alcanzaron un destacable grado de reconocimiento con sus carreras en solitario: el guitarrista Ritchie Blackmore a la cabeza de Rainbow y el cantante David Coverdale liderando Whitesnake.

Vagamente recuerdo notas en la añeja revista nacional “Pelo” hacia 1980- ’81 haciendo referencia a la “serpiente blanca” mientras que el clip de “Fool For Your Lovin’” rotaba en nuestra TV entre 1983 y ’84.

No me enganchaba demasiado, me parecía una banda vieja y vetusta y hasta con una imagen sin cohesión y uniformidad, con tipos pelados y gordos contrastando con el porte y carisma de Coverdale, más de una vez señalado como uno de los principales “sex- symbols” del rock.

Claramente era yo quien no entendía nada, inmerso en la espectacularidad visual de Kiss, Maiden, Mötley, Judas y otros, y mis oídos que solo pedían más y más caña.

Hasta que en enero de 1985 Canal 13 emitió a la par de su realización el festival “Rock In Rio” de Río de Janeiro, en donde tocaban especialmente varios conjuntos “heavys” pasando por el mejor momento de sus carreras, y al que Whitesnake llegó casi en silencio para luego triunfar.

Y el impacto fue total: una banda dura y aguerrida, puro hard rock británico sin ningún aditamento escénico, John Sykes con su melena rubia y Les Paul negra apuntalando el toque metálico y Coverdale dando cátedra vocal y de frontman.
Desde ese instante, el veneno de la serpiente me demolió.
Dicho festival fue una especie de renacer y reconocimiento a nivel mundial para un grupo que venía peleándola desde fines de los ‘70 y cuya popularidad se restringía a Europa y Japón, con una larga serie de álbumes que tomaban la posta dejada por dos instituciones: Thin Lizzy y especialmente Free.

Tomando como influencia principal al conjunto liderado por Paul Rodgers y Paul Kossoff, Whitesnake se convirtió en el más fiel y genuino representante del hard rock inglés combinando como pocos clásico rock pesado y blues en medio de la avanzada de la NWOBHM, ocupando en el umbral de los ’80 la vacante de rock setentoso que un público huérfano de Purple y Zeppelin reclamaba.
Por otro lado, la gran obsesión de agrupaciones como los mismos Rainbow y Whitesnake era imponerse en el mercado americano con su estilo netamente inglés; no sorprende entonces que el único álbum editado en USA hasta la aparición de “Slide It In” fuera “Ready An’ Willing” (tercera placa de 1980) y que recién en 1984 Coverdale y cía. obtuvieran el primer contrato importante para introducirse en América mediante el apoyo de la discográfica Geffen, justo cuando la escena acaparaba el rock callejero de la costa oeste.

Destacable es mencionar lo anteriormente indicado, porque “Slide It In” apareció en febrero de ese año grabado originalmente con las guitarras de Mel Galley (ex Trapeze) y postreramente Micky Moody y Colin Hogdkinson en el bajo, y tras cambios de personal (algo habitual en Whitesnake), en abril la versión yanki incluía las partes de bajo regrabadas por Neil Murray y la leve adición de los guitarrazos pirotécnicos de John Sykes, dos músicos que no solo le aportaron al conjunto sangre nueva sino una imagen rockera acorde con lo que el mercado estadounidense necesitaba.

Así es como “Slide It In” se transforma en el álbum más redondo y equilibrado de una discografía sin baches, con diez canciones directas e irresistibles y siendo la transición entre aquella banda tradicionalmente británica y blusera a la melódica y americanizada que estallaría exitosamente en 1987.

El punzante riff del tema homónimo abre el camino de un material pleno de punch, energía, estribillos para el recuerdo y emoción.
Hay ferocidad desde los rutilante y secos golpes del extraordinario baterista Cozy Powell, cuyas combinaciones sostienen una dupla antológica de guitarras gemelas que se debaten entre la medida distorsión y el “slide blues”; “Slow An’ Easy” con la sensualidad aportada desde la garganta de David es un ejemplo de ello.
“Standing In The Shadow”, “Give Me More Time” y “All Or Nothing” son hard rocks compactos y agresivos, con bases precisas y coros que se impregnan rápidamente en la memoria.

Y queda también lugar para la nostalgia en las introducciones de teclados de “Gambler” y “Love Ain’t No Stranger”, ideadas por el excepcional Jon Lord, que si bien no tiene la rutilante participación que en Purple, se hace imprescindible para continuar manteniendo ese toque inglés neoclásico.

“Spit It Out” y “Hungry For Love” siguen con la línea febril y caliente de una placa que no decae su ritmo hasta llegar a su pico de armonía y romanticismo en los hits “Guilty Of Love” y “Love Ain’ t No Stranger”: poderoso y cortante rock ‘n’ roll el primero, melódico y sentimental el segundo.

E imposible negarle un párrafo al alma de la serpiente: David Coverdale, un cantante curtido con su experiencia en Deep Purple y asentado como uno de los más grandes vocalistas en su grupo.

Desde su registro caudaloso y lleno de matices altos y bajos, graves y oscuros, vive cada tema como si fuera el último, transmitiendo sus sentimientos hasta el borde del llanto.

Tanto para aullarle con agudos estrepitosos y lenguaje sucio a mujeres sedientas de sexo como susurrar con tristeza sus desengaños amorosos, Coverdale es una de las selectas voces que hacen de cada canción un fenómeno propio e irrepetible.

La irreprochable producción de Martin Birch más su indestructible sonido solo contribuyen a hacer de “Slide It In” un álbum pleno de magia e inagotable transcurrir.

El premio a tanto esfuerzo se vio coronado con el primer disco de oro en USA por esta placa y un “break” temporal que presagió al éxito infinito de su sucesor.

Dejar que la “serpiente blanca” pique es casi placentero y muy dulce es pecar con cualquier etapa de su historia.

Solo penétrense con ella y verán...

Calificación: 10/10

Review por Fernando