18 mayo 2008

Aclaración

Por el momento "Esenciales..." está en pausa ya que tanto Fernando como yo tenemos otros proyectos y no estamos escribiendo puntualmente sobre este tipo de discos.

Como verán el descomunal "No Sleep..." descripto por Fernando es de hace... un año!

En lo que a mi concierne, pueden pasar por mi blog de reviews en donde hablo de mi colección de CDs de metal, thrash, death, etc... todo tratado con un enfoque personal y tratando de describir que es lo que me provoca el disco, más alguna historia personal conexa a la compra de el.

Pueden pasar por http://ragereviews.blogspot.com

Quienes anden más tras sonidos más rockeros y extremos, estoy seguro que se sentirán a gusto ya que a nivel redacción ambos blogs tienen nexos muy similares.

Gracias por los mensajes recibidos (Realmente algunos nos han sido muy constructivos y eso realmente suma), y en algún momento retomaremos "Esenciales", como lo veníamos haciendo antes.

Saludos!

Martín

26 mayo 2007

MOTORHEAD - “No Sleep ‘Til Hammersmith” (Heavy Metal, Bronze, 1981)


Ian Fraser Kilmister (alias “Lemmy”) nació en Stoke- On- Trent hace sesenta años y siendo hoy un hombre mayor mantiene inalterable sus principios y desfachatez que lo llevaron a formar Motörhead en 1975.

El tipo es “el” prototipo del rock ‘n’ roll: sexo, drogas, alcohol, una imagen carismática y hostil (verrugas, dientes de menos, chaleco de denim, pantalones de cuero, botas blancas y los infaltables cinturones de balas) y por supuesto su banda: Motörhead, que hace referencia a un ácido y también es el nombre del último tema que compuso para el grupo de “acid- rock” en el que militaba, Hawkind.

Luego de uno de sus primeros conciertos la revista inglesa “Sounds” les dió “tres meses de vida”… claro que eso no ocurrió, sino todo lo contrario: el conjunto se transformó en una gloria del rock inglés ocupando un lugar trascendental en el período de decadencia del viejo metal, surgimiento del punk y el advenimiento de los ’80.

Efectivamente: a partir de las influencias de MC5, Los Beatles y Little Richard llevadas al límite de la potencia y la transgresión, Lemmy y los suyos fueron el nexo entre la caída del Black Sabbath original y el punk que se devoraba al rock, con una trilogía de álbumes tan imprescindibles como asesinos (“Overkill”, “Bomber” y el atemporal “Ace Of Spades”); y con su inconfundible estilo a la velocidad de la luz de guitarras distorsionadas, bajos sólidos y baterías atronadoras el trío demostró que podía alcanzar el éxito comercial sin sacrificar su integridad musical.

Motörhead era tan chocante como el mejor Sabbath, más pesado que Judas Priest y tan cuadrado y violento como el punk; fortificó al metal, fue padre de la NWOBHM en una Inglaterra vacía de rock hasta que bandas como Maiden, Saxon o Leppard explotaran, y hoy sigue siendo respetado por heavys, rockers y punks por igual.

Y como un resumen de esa etapa irrepetible, en junio de 1981 se editó “No Sleep ‘Til Hammersmith”, un antológico álbum en vivo que directamente saltó al Top -1 de las listas de ventas británicas, grabado durante el tour de presentación de “Ace Of Spades” en Leeds y Newcastle y no paradójicamente en la mítica sala londinense.

La mejor virtud de Motörhead eran sus conciertos, con toneladas de decibeles y una fiereza sonora poca veces vista; sumado a la interpretación de los clásicos que incluían las placas antes mencionadas, “No Sleep ‘Til Hammersmith” se convierte entonces en una bomba que explota una y otra vez y devasta lo que venga.

Que decir de una apertura aplastante con el incansable ritmo de “Ace Of Spades” y la verreboragia de “Stay Clean”, y un trío que parece sonar como un ejército de acordes al ataque: Phil Taylor hace honor a su apodo de “Animal” y aporrea los parches hasta su destrucción, soportando el tempo imparable del grupo. Lemmy ecualiza su bajo como un arma letal, mientras que sus vocalizaciones cavernícolas, sucias y aguardentosas son la marca de la volatilidad del “sonido Motörhead”.

E imposible dejar de referirnos a “Fast” Eddie Clarke, a mi entender el músico más destacado que pasó por las filas del grupo y que probablemente Lemmy nunca pudo reemplazar adecuadamente. Un violero rápido, viejo creador de riffs matadores no apto para oidos vírgenes, pero con estilo, que le imprimía a sus solos buen gusto y melodía otorgándole a la música de la banda la calidad necesaria a veces opacada ante tanta crudeza; sus inspiradas interpretaciones en “Metropolis” y la avasallante “Overkill” son un ejemplo de ello.

Y si bien la placa transcurre sin interludios y todo se torna impiadoso y agresivo, asoma una limpieza de sonido y producción que equilibra el panorama y contradice el mote de “bola de ruido” para con el rock del conjunto. De “Iron Horse” y “The Hammer”, aún con sus cargas de adrenalina, podría decirse que apaciguan las aguas en medio del frenesí; “No Class” rompe cráneos, “Capricorn” adquiere cierta nostalgia especialmente por su guitarreo y “(We Are) The Road Crew” es un divertido homenaje a los plomos que como introducción deja escuchar un ensordecedor y primitvo alarido.

El bis está compuesto por dos disparos en la nuca: “Bomber” pega y “Motörhead” demuele, con un Lemmy colérico vociferando ladridos en un himno que cualquier banda punk jamás pudo componer. Apenas cincuenta minutos y once temas contra la tradición de álbumes dobles, hacen de esta placa un directo histórico que se sitúa cómodamente entre los clásicos en vivo y puso a Motörhead como estandarte del más abominable y desprejuiciado rock ‘n’ roll, venerado hasta en la actualidad.

Y para despejar toda duda y subestimación para con el material del grupo así como la importancia que revistió históricamente, solo resta decir que sin Motörhead muy difícilmente hubieran existido el thrash y su exponente número uno, Metallica, cuyos integrantes son admiradores eternos de Lemmy y cía.

De adolescente Lars Ulrich no dormía pensando tocar alguna vez en el “Hammersmith Odeon”… Motörhead ya lo había hecho y se lo enseñó al mundo, que jamás volvió a ser el mismo.

Calificación: 10/10

Por Fernando

19 mayo 2007

MOTLEY CRUE "Shout At The Devil" (Hard Rock, Elektra, 1983)


Durante los ’80, la costa oeste americana fue el centro del hard rock callejero, directo y exitosamente comercial; dos implosiones se produjeron, una a principios de esa década y la otra alrededor del período 1987- ’88 con Guns N’ Roses como líderes.

Pero los que encabezaron la primera avanzada transformándose durante esos años casi tan populares como Van Halen fueron los Mötley Crüe, que llegaban para ocupar el vacío que había dejado la ruptura del Kiss original.

En general ese tipo de hard rock ochentoso pocas veces fue tomado en serio musicalmente por la parafernalia que lo rodeaba y porque sobre todo se buscaban hits a partir de la propuesta de “fiesta todo el día y rock ‘n’ roll toda la noche”; y aún existiendo bandas y músicos verdaderamente talentosos, lo cierto es que no se necesitaban demasiadas luces para sobresalir y vender.

No obstante ello, si escarbamos algo más, nos encontramos con que hubo grupos o álbumes no se si imprescindibles, pero al menos interesantes… y “Shout At The Devil” está en esa lista, porque fue el que lideró toda esa expresión artística y el primer paso a la fama de los Crüe.

Las crónicas de esa época dicen que los primarios shows del cuarteto eran muy salvajes y rabiosos, inclusive sus demos antes de conseguir un contrato independiente para editar “Too Fast For Love”.

Aparentemente el Mötley multiplatino de “Theater Of Pain”, “Girls Girls Girls” o “Dr. Feelgood” poco tenía que ver con esa postrera versión del conjunto. Pues bien, seguramente la manera en la que sonaban Nikki Sixx y cía. allá por 1981 tendría bastante que ver con “Shout At The Devil”, porque la virtud básica del álbum es su dureza. Nada de refinamientos ni gran producción o brillante sonido: aca la cuestión pasa por lo “cuadrado”, el desparpajo crudo y visceral. Hasta la tosquedad si se quiere, adjetivo que aquí encaja como halagueño.

Salvo Tommy Lee, que evolucionó hasta ser un baterista respetado, los demás nunca fueron destacados ejecutantes… pero el rock no necesita de excelsos músicos para patear culos a primera oída. Y eso es lo que genera esta placa contundente, agresiva y densa; la música de los Mötley aquí va siempre para adelante: letras sobre amores desencontrados, sexo y algún toque de oscuridad también, se entremezclan en temas pesados y pegadizos sin llegar a ser hits exactamente.

El grupo suena ajustado y con hambre de rockear, desde una base consistente a prueba de balas, guitarras con gruesos riffs y solos adecuados si bien discretos, y una voz personal como la de Vince Neil, un tipo que entiende de que se trata el rock puesto que con pocos recursos técnicos tiene la habilidad de cantar de una manera absolutamente particular e identificable.

Y como rasgo distintivo, la placa contiene una gran cantidad de clásicos del cuarteto: “Looks That Kill”, “Too Young To Fall In Love”, “Knock ‘Em Dead Kid” y “Ten Seconds To Love” se centran en la misma onda con estribillos fáciles de recordar y un gancho terrible. “Danger” es el único tema donde la banda apacigua los ánimos y sale airosa.

Y el mejor material se centra en la velocidad y calentura de “Red Hot” y “Bastard”, una versión pesadísima y fenomenal de “Helter Skelter” de los Beatles, y “Shout At The Devil”, abrasivo, oscuro y con la fuerza necesaria para derribar una pared.

Gracias a este álbum, los Crüe dejaron los clubes de Los Angeles para compartir giras con Kiss y Ozzy Osbourne, paticipar del mega concierto “U.S. Festival ‘83” ante 375.000 personas y junto a Guns N’ Roses convertirse en las dos principales bandas de hard rock de la segunad mitad de los ’80 y porque no, ocupar un lugar privilegiado entre los históricos conjuntos yankis.

Los LPs posteriores no tradujeron estilísticamente esa voracidad que el cuarteto tenía en sus comienzos, aún cuando trabajos como “Dr. Feelgood” y el injustamente despreciado “Mötley Crüe” con John Corabi son otras piezas para resaltar.

Pero con “Shout At The Devil” el cuarteto plasmó sus cimientos con un puñado de buenos temas y una actitud avasallante, temible hasta para el mismísimo diablo.

Calificación: 8/10

Por Fernando

18 mayo 2007

U.F.O. "Lights Out" (1977, Hard Rock)

Histórico: !!!Los 2 miembros de este blog comentan el mismo disco!!!

En 1986 conocí de la existencia de Ufo por medio de una pequeña nota en la precursora y desaparecida revista “Riff- Raff”, en la que se deshacían de alabanzas para con la banda y su guitarrista estrella, el alemán Michael Schenker ; y en algún momento con posterioridad llegué a escuchar sus himnos acaso más conocidos, “Doctor Doctor” y “Rock Bottoom”, del álbum “Phenomenon” (el primero con Schenker).

Doce años después decidí que debía darle oportunidad a viejas y nunca bien reconocidas glorias del hard rock inglés (Thin Lizzy, Uriah Heep) y empecé con Ufo: en el Parque Rivadavia compré con mucha expectativa el CD “Walk On Water”, y cuando lo puse en la compactera, sentí como un guitarrazo me hundía contra la ventana… era feliz, por fin me sacaba las ganas de adentrame en el mundo de Mogg y cía.

Para ser sintético, solo digo que Ufo me partió la cabeza como pocos grupos lo hicieron, y hoy ocupa un lugar preponderante en mi discoteca, a la par de los principales y tradicionales conjuntos con los que crecí en mi adolescencia (Maiden, Judas, Purple, Zepp, Kiss, etc.)

Es más, arriesgaría a decir que compite palmo a palmo junto a Deep Purple el cetro de mejor (y no más importante, cuidado…) banda de hard rock inglés de la historia.

Nunca tuvieron demasiada repercusión y el término de “grupo de culto” no les caería mal… pero que pasa si nos enteramos que instituciones como Iron Maiden y Def Leppard reconocen al quinteto británico como una de sus influencias (la principal en el caso de Maiden), si su bajista Pete Way aporreaba su instrumento como una puta cuando Steve Harris aún era niño y quería ser como él, o si Michael Schenker con menos de veinte años ya deslumbraba a todos con su estilo agresivo y melódico y en Europa era considerado por encima de Eddie Van Halen…

Señores, estamos en presencia de unos verdaderos próceres del rock inglés de los ’70, años en los que desarrollaron su obra de oro, especialmente a partir de la entrada de Schenker; entre 1974 y ’79, editaron cinco placas imperdibles y uno de los tres mejores álbumes en vivo de todas las épocas, “Strangers In The Night”.

Todos esos LPs tienen clásicos y momentos inolvidables, “Lights Out” es comentado aquí quizás porque en él la banda alcanza su madurez sonora a partir de su alineación más tradicional (Mogg- Schenker- Way- Raymond- Parker) y las manos mágicas del productor Ron Nevison o porque es un trabajo decisivo que permitió al quinteto dar su primer gran paso de popularidad. Pero indistintamente podríamos referirnos a “Phenomenon”, “Force It”, “No Heavy Petting” u “Obsession” como discos esenciales que marcaron a fuego la carrera de Ufo, siendo “Lights Out” un eslabón más en esa cadena de perlas.

Hay que buscar mucho para encontrar un grupo con tanta buena música y equilibrio como éste; porque Ufo nos lleva por todos los caminos: la fuerza vocal de Phil Mogg para rockear o su tono cristalino y melancólico para los espacios suaves; la ametralladora en forma de graves del bajo de Pete Way , al extremo de la emoción… puede un bajo emocionar y tener sentimiento?

El de Pete vaya que si…

La justeza y ensamble de un baterista como pocos en Andy Parker, o el trabajo irremplazable de Paul Raymond, pieza clave acompañando los acordes de Schenker o luciéndose en los refinados y nostálgicos arreglos de piano y teclados que transformaron a Ufo en una marca registrada en ese aspecto.

Y que decir de Michael? Luego de haber escuchado centenares de guitarristas, encontré tardíamente a un genio desequilibrado que dominaba su Flying V a “piachere”: una técnica sin igual pero de ningún modo fría; velocidad bien utilizada sin superpoblar notas; solos exquisitos y con estilo, riffs de base asesinos y potencia tanto como belleza me llevan a considerarlo hasta hoy como el mejor violero en cuanto hard- rock se refiere (lista entre los que se encuentran Edward Van Halen y Blackmore nada menos…).

Y esa variedad y buen gusto obviamente están presentes en este LP; “Too Hot To Handle” y “Just Another Suicide” son dos rocks tradicionales, fuertes y con ritmo, punteos antológicos a cargo de Schenker y la creciente inserción de pianos, fundamentales a partir de esta placa.

La canción “Lights Out” es un clásico de clásicos, con su pegadizo estribillo y un torbellino de eléctrica velocidad tipo “cabalgata”, antecesor espontáneo de “The Trooper” y el estilo veloz que popularizara Iron Maiden en sus álbumes iniciales.

El cover de Love “Alone Again Or” muy onda ’60 brilla por la excelente vocalización de Phil y unos coros relucientes; “Getting Ready” es un hard rock melódico a medio tiempo que se contrapone con “Electric Phase”, crudo, rudo y con un slide matador que llega al clímax en un solo de guitarras gemelas difícil de igualar.

Paradójicamente y siendo Ufo una banda que siempre rebalsó potencia, es probable que los mejores números de esta acto sean dos temas lentos, sentimentales y extraordinariamente finos: “Try Me” y su atmósfera melancólica que pareciera palparse a través de la portentosa garganta de Mogg y el climático solo de Michael apoyado por iluminadas orquestaciones.

Y “Love To Love”, más de siete incesantes minutos en donde el conjunto se despacha con todo su arsenal de multitexturas: una introducción intrincada a base de riffs e interludios acústicos, Mogg entonando hasta el escalofrío, un puente denso para el lucimiento de Schenker y un final agresivo en el que el grupo alcanza pasajes épicos reforzados por majestuosos arreglos orquestales.

Como queda demostrado aquí “Light Out” mediante, Ufo daba otro salto de calidad con un álbum que no solo les abriría las puertas del mercado americano, sino que sería el preludio de una más que acertada continuación con “Obsession” y el voluminoso “Strangers In The Night”.

Schenker no duraría muco tiempo más en el seno de la banda y “No Place To Run” ya con Paul Chapman mantendría los laureles ganados. Años después y en repetidas oportunidades hasta hoy, el trío base Mogg- Schenker- Way se juntaría y separaría tantas veces como fuera necesario, grabando otras gemas como “Walk On Water” o “Covenant” y quién sabe, seguramente habrá una última ocasión para volver a gozar con ellos.

Más allá de ese deseo, el material eterno de los ’70 con “Lights Out” al frente permanece como una luz incombustible aún en la oscuridad.

Calificación: 10/10

Por Fernando


Uno de los mejores discos en estudio del quinteto británico.

Tras el vibrante “No Heavy Pettin”, el grupo depura más su hard rock balanceando lo rítmico, pesado con lo melancólico, armónico y cadencioso. Como siempre el que más luce es Michael Schenker, con su arsenal de riffs y sólos plagados de melodías. Ron Nevison debuta como productor en la banda, logrando un sonido más nítido y compacto.

Así se suceden temas muy rockeros como “Too Hot To Handle” (Para marcar el ritmo), el muy vibrante “Electric Phase”, amagues de country en “Gettin’ Ready”, la nostalgia de “Just Another Suicide” y “Try Me” (Ambas con un buen uso del piano por parte de Paul Raymond), y el vértigo del tema título que te sacude como un vendaval.

Pero este álbum contiene a mi criterio el mejor tema de toda la carrera de U.F.O.: el excelente “Love To Love”, composición larga e intrincada que va desde riffs muy rítmicos, hasta acústicas conmovedoras, pasando por excelentes vocalizaciones de Phil Mogg... y para variar, Schenker dando cátedra en las seis cuerdas. Ni hablar de Pete Way y su bajo que siempre se hacen escuchar. Un gran disco, con otro arte de tapa muy interesante (Ver arriba).

Calificación: 8/10

Por Martín

AEROSMITH "Toys In The Attic" (1975, Hard Rock)


Entre 1987 y 1993, Aerosmith editó tres álbumes (“Permanent Vacation”, “Pump” y “Get A Grip”) que significaron su resurrección artística y comercial , transformándose en el único dinosaurio rockero americano de los ’70 que supo y pudo reinventarse hasta nuestros días.

Y mucho se habló de las melosas baladas que apuntalaron ese éxito y llevaron a la banda a un público no netamente rockero, sobre todo en nuestro país, en donde está de más decir que fue ignorado en su época de oro casi por completo.

Lo cierto es que estos oriundos de Boston ya tocaban juntos desde 1969 y tenían una enorme e histórica carrera hecha durante los ‘70, especialemente en EE.UU., donde eran atracción de las audiencias a la par de Kiss y ZZ Top.

En efecto, en esos años y con “Dream On” (de su homónimo primer LP de 1973) no solo enseñaron al mundo como hacer temas lentos y nostálgicos que dan por tierra a engendros como “Crazy”, “Angel” o “Cryin’ “, sino que convocaban multitudes en arenas o estadios “outdoors” mientras grababan un puñado de placas seminales para la historia del hard rock estadounidense: “Rocks”, “Draw The Line”, el fabuloso en directo “Live! Bootleg” y este que nos ocupa, “Toys In The Attic”.

Ello hizo de Aerosmith el grupo más grande americano durante la década del ’70 junto a Kiss, con la diferencia que mientras éstos atraían a niños y adolescentes, los Aero captaban a un públco más adulto y experiente.

También fueron líderes en llevar al límite el estilo de vida del rock en cuanto a los excesos (a Steven “Tyler” Tallarico y Joe Perry se los conocía como los “gemelos tóxicos”) y sin proponérselo sirvieron de influencia para la camada de agrupaciones de la costa californiana que se reproducirían como conejos hasta explotar en los umbrales de los ’80, incluyendo a los últimos super-rockeros surgidos hasta hoy: Guns N’ Roses.

En 1975 y con dos álbumes en su haber, Aerosmith ya se perfilaba como un conjunto de avanzada, algo que confirmó con éste su tercer disco, responsable de lanzarlos a la fama definitivamente.

Y no es para menos, puesto que “Toys In The Attic” pone de manifiesto el potencial de una banda que lo tenía todo: mucho rock y guitarras calientes, pero también blues, boggie, finas melodías y hasta climas oscuros.

De la mano de Jack Douglas (productor de la etapa más sobresaliente), el quinteto se dispone a arrancar cabezas… y lo logra de fácil manera: una base dura y eléctrica en donde el bajista Tom Hamilton y el baterista Joey Kramer se sacan chispas; un dúo de violas crudas y rifferas a la vez que armónicas en las manos de Joe Perry y Brad Whitford (un gran tapado opacado por la “presencia rockera” de Perry, pero fundamental para el sonido del grupo, responsable de muchos de los acordes y solos más memorables y respaldo básico en el que Joe siempre se recostó para hacer su labor); y obviamente un cantante del estirpe y carisma de Steven Tyler, poseedor de un registro cascado, caudaloso y eternamente personal.

“Toys In The Attic” es uno de esos álbumes elegidos en donde no hay material de sobra, todo está elaborado y ubicado en el lugar justo.Un infernal y constante riff acompaña a la canción de apertura y que da nombre al LP; es un ritmo incansable y fuerte con ajustados coros que convierten al tema en un clásico del repertorio del conjunto.

Con “Uncle Salty” llega una especie de boggie imposible de no tararearlo con un estribillo climático y melódico en otro tempo; el homenaje a Zeppelin está presente en “Adam’s Apple” donde descollan las guitarras gemelas de Perry y Whitford.

Y para demostar que Aerosmith siempre iba un paso delante de otros, “Walk This Way” recrea a través de un endiablado guitarreo y la letra recitada más que cantada por Tyler, un atisbo de antecedente del rap aún cuando sus posteriores intérpretes ni siquiera habían nacido.

Es claro que estos tipos no le temían a nada, y se le animan a un jazz con groove y vientos en “Big Ten Inch Record”, armónica e increíble perfomance de Tyler mediante. “Sweet Emotion” se suma a la lista de himnos de la banda, coros afinados y guitarrazos semejantes a un piñazo en el estómago que dan pie a los punteos del final.

En “No More, No More” ponen a prueba su indisimulable admiración por los Stones de la época de “Sticky Fingers” y “Exile On Main St.”, y “Round And Round” es uno de los momentos más extraños de la carrera musical del conjunto: un tema denso, pesado y agobiante, con Tyler desgañitando sus cuerdas vocales y guitarras tenebrosas ennegreciendo aún más el panorama para la envidia de Black Sabbath.

El último e infaltable surco en todo álbum de Aerosmith es el descanso, la parte climática y romántica presente en este caso con “You See Me Crying”, que no es una balada: si un tema lento hecho con altura, orquestaciones pomposas que tiñen de emoción cada segundo y Steven entonando un falsete agudo que eriza la piel… para que las generaciones futuras sepan que los hits de los ’90 no eran algo nuevo.

A “Toys In The Attic” le siguió “Rocks”, considerado por muchos su mejor placa (al menos de su “primera etapa”) que terminó de darles a los Aero el espaldarazo final, pero que quizás no incluía tantos clásicos como aquí.

Como a todo grupo de los ’70, el advenimiento de los ’80 trajo cambios de alineación, idas y vueltas y bajones, hasta que lograron reacomodarse con discazos como los mencionados al inicio de esta “review”.

Pero la verdadera semilla Aerosmith la plantó cuando pocos hacían rock hace más de treinta años, con una calidad única y un talento infinito. Las comparaciones son odiosas y en definitiva Aerosmith fue grande antes y ahora; las obras posteriores a sus primeros años tampoco tienen desperdicio, pero es una herejía olvidar como simples juguetes viejos en un altillo el material que verdaderamente los hizo históricos y eternos.

Y “Toys In The Attic” está entre ellos.

Calificación: 10/10

Por Fernando

13 mayo 2007

BLACK SABBATH "Heaven And Hell" (1980, Heavy Metal)


Black Sabbath siempre fue una banda muy difícil de entender. Su mezcla de rock tenebroso, denso y pesado, jazz y psicodelia no era para novatos. No conozco a nadie que haya iniciado sus gustos musicales a partir de la “bruja negra”, y aplaudo a aquellos que si lo hicieron. Por esa razón a mi me pegaron de grande, luego de quince años de escuchar cientos de grupos y con bastante rock a cuestas.

De los tres estandartes del metal británico (junto a Zeppelín y Purple) fueron los más defenestrados y menospreciados, seguramente consecuencia de la ignorancia. Porque hay que tener los sentidos bien abiertos para comprender los carriles musicales desarrollados en todas sus formaciones. Pero una vez que te atrapa, alpiste.

Y empecé con Sabbath por su segunda etapa, la que incluía al mágico Ronnie Dio, responsable de devolver al grupo la gloria perdida (acaso) con los dos últimos álbumes con Ozzy Osbourne: “Technical Ecstasy” y “Never Say Die!” (cuidado, poseedores también de buenos e inigualables momentos).

Hasta allí Black Sabbath era un grupo que venía cuesta abajo y era arrasado en su última gira con Osbourne por el acto soporte: Van Halen. Su música sonaba desvencijada y caduca en el umbral de los ’80.

Con “Heaven And Hell” la banda transforma lo suyo en algo más lírico y musical, haciendo un hard rock de elite, no tan retorcido como en los seminales primeros años de su carrera, aunque no menos oscuro. Ozzy había partido, pero la magia negra de Dio potenció a Iommi y los suyos para crear una placa revolucionaria en la historia del metal y que revitalizó la alicaída vida del cuarteto, en la que además aportó todo su bagaje para predominar en las letras, responsabilidad hasta entonces en su mayoría del querido Tony y el bajista Geezer Butler.

A secas y en síntesis, “Heaven And Hell” es para quien escribe el mejor trabajo de 1980, un año plagado de ediciones históricas (“Iron Maiden”, “Permanent Waves”, “Back In Black”, “British Steel”, “Ace Of Spades”, “Wheels Of Steel” y otras).

Producido por Martín Birch, el álbum nos lleva por interminables climas de toda índole a través de ocho temas de antología; los insuperables riffs de un poseído Iommi combinados con la monolítica base Ward-Butler más el brillo de un Dio manejando más hábilmente su voz que en Rainbow, redondean este trabajo imprescindible y obligatorio para cualquier escucha. El viaje se inicia con el clásico, “Neon Knights”, directo, duro y cortante, para dejar sentado que había otro Black Sabbath, hambriento y con ganas de más; “Children Of The Sea” sube la apuesta, otro diamante en bruto.

En “Walk Away” y “Wishing Well” el rockeo se torna infernal, y la temperatura no deja de subir con “Lady Evil” y la épica “Die Young”, con Dio recitando el estribillo para la posteridad. “Lonely Is The Word” es la calma en medio del torbellino, dejando para el final al tema que da nombre al disco y resume el momento que vivía el conjunto: luz y sombra, emoción y sentimiento, calidez y crudeza conforman una de las canciones más logradas de todas las épocas.

La salida de “Heaven And Hell” coincidió con la explosión del movimiento metálico más importante de Gran Bretaña, la “NWOBHM”, y no solo acopló a la banda a él, sino que la hizo líder de una escena de conjuntos emergentes que tomaron influencias de este nuevo Sabbath, y no hablamos de nombres menores: Maiden, Diamond Head, Angel Witch, Saxon y otros de segunda línea.

De manera inesperada y cuando todos los habían olvidado, el grupo redoblaba el desafío y salvaba su trayectoria con un álbum tan grande como maravilloso, propiedad del talento de los elegidos.

Estamos refiriéndonos a la calidad eterna de los músicos que formaban Black Sabbath, y a “Heaven And Hell” por supuesto. Un estandarte inscripto con letras de oro en la arena del rock e imposible de obviar.

Calificación: 10/10

Por Fernando

09 julio 2006

IRON MAIDEN “Killers” (1981, Heavy Metal)


Bien, empezar este comentario es muy fácil: basta mencionar a Iron Maiden como “LA” banda de heavy metal por excelencia junto a Sabbath y Judas y la más representativa del metal tradicional de los ’80.

La única que aún en la actualidad puede mantener viva la llama metálica de un género mundialmente en decadencia desde hace años.

Y sería redundante volver sobre sus orígenes como líderes absolutos de la NWOBHM o hacer referencia a la gloria eterna que significaron álbumes como “The Number Of The Beast”, “Piece Of Mind”, “Powerslave”, “Somewhere In Time” y el directo “Live After Death”.

Absolutamente todo el decálogo del heavy metal está en ese puñado de placas, por lo que las palabras huelgan.

Tampoco es necesario agregar que la verdadera historia de la doncella comenzó con la incorporación a fines de 1981 de Bruce Dickinson quién dotó al grupo de la grandeza que le faltaba.

Pero antes hubo un embrión fundamental que cimentó la categoría posteriormente alcanzada: dos LPs (“Iron Maiden” y “Killers”) sorprendentes e innovadores ciento por ciento.

Porque Maiden se despachaba con un heavy metal inusual, elaborado, técnico e intrincado y hasta intelectual por la temática de alguno de sus temas, conjugado de manera colosal por su ideólogo, el bajista Steve Harris, quién de antemano siempre imaginó lo que quería para su grupo: juntar sus influencias musicales de adolescente y llevarlas a un heavy rock único.

Es correcto decir que gracias a Maiden, particularmente conocí decenas de bandas valiosas de rock británico y no correspondientes a la usual primera línea, que sirvieron de inspiración para el estilo de la doncella: desde la fuerza y magnificencia épica de los Who, pasando por el folk progresivo de Jethro Tull, la psicodelia de Néctar hasta la incandescencia del power blues de Free y Montrose.

Sin contar a los principales maestros: las dobles armonías de guitarras de Thin Lizzy y el febril hard rock de elite de los UFO; la tradicional imagen de Harris apuntando su bajo como una ametralladora, con sus calzas a rayas y su pie sobre uno de los monitores, podemos apreciarla en Pete Way, ídolo orgulloso y mentor en la forma de tocar de Steve.

“Killers” es una álbum rabioso, fulminante y majestuoso; derrocha energía, ensamble y ferocidad con una producción de excepción a cargo de Martin Birch (responsable tras las consolas en toda la etapa de oro de Maiden para convertirlos en los sucesores históricos (aunque no musicales) de Deep Purple), que logra hacer sonar a la banda en un terreno mucho más cercano al del consagratorio “The Number Of The Beast” que al del LP debut, hecho que también se refleja en el Eddie de la portada con rasgos ya adultos y plenamente definidos.

No sobran placas que empiecen de forma tan abrumadora como la intro de “The Ides Of March”, sólida y con Dave Murray punteando inacabablemente, para engancharse con el clásico “Wratchild”, una canción plena de garra en la que el cantante Paul Di’ Anno destella por su agresividad

Apenas es necesario ese inicio para dejar sentado que Maiden se traía consigo algo revolucionario y no escuchado anteriormente, porque hoy sabemos de ese bajo siempre el frente y ecualizado como un acorazado, esa dupla de guitarras infernales a la vez que melódicas, la voz siempre sobresaliente (sea la de Di’ Anno, Dickinson e inclusive Blaze Bayley, para poner de manifiesto que la doncella hizo variedad de materiales acordes a los distintos timbres de sus vocalistas) y una batería semejante a un ejército de golpes atacándonos, pero que nada de familiaridad tenía veinticinco años atrás.

“Murders In The Rue Morgue” mantiene un ritmo endiablado y demoledor, “Another Life” brilla por sus cortes y cambios de ritmo y el instrumental “Genghis Khan” arrasa.

Un poco de respiro sin caer en lagunas llega con la melancólica “Prodigal Son” y Di’ Anno afinando su tono, y la nostálgica apertura de “Innocent Exile”, preludio para la descarga posterior.

Quizás el momento más tremendo sea el del tema homónimo en el que la banda despliega todas sus dotes, con Harris escupiendo graves al tope, Di’ Anno inyectado en furia y el fenomenal Clive Burr desparramando técnica y dando cátedra de baterista de heavy metal, sin mencionar a los guitarristas.

Porque aquí queda claro que Dave Murray y Adrian Smith serán siempre los “hachas” decisivos en la música de Iron Maiden; Dave y sus peculiares solos, efectivos, rápidos y punzantes, y el fundamental Smith que aporta las melodías y elegancia justas para dotar de buen gusto al explosivo metal del grupo, obviando referirnos a sus por demás pesados y efectivos riffs.
La veloz “Purgatory”, “Twilight Zone” y la marcha imparable de “Drifter” terminan incansablemente con el vendaval desatado por un quinteto hambriento y avasallante en cada minuto del álbum, haciendo finalmente de “Killers” una placa imprescindible y clave en la historia de Harris & compañía porque fue la antesala del característico metal con el que Maiden tiñó los ’80, cada vez más trabajado, fuerte y épico disco a disco.

Bajo las garras de Eddie caí en 1984 a través de “Piece Of Mind” para seguir con los demás trabajos; y con un estilo difícil de digerir, el conjunto terminó taladrándome la cabeza unos meses después con “Powerslave” y a partir de él redescubrí hasta el hartazgo los quilates de Maiden y aún hoy espero con suma expectativa cada nuevo álbum.

Paradójicamente adquirí “Killers” recién en 1988, siendo el último cassette por aquel entonces en incorporar para completar la discografía del grupo.

Así fue porque pensaba que era uno de los trabajos menos destacados; rápidamente comprobé cuan equivocado estaba y me asesinó instantáneamente como castigo a hacerse esperar tanto...

Calificación: 9/10

Review por Fernando

05 julio 2006

GUNS N’ ROSES “APPETITE FOR DESTRUCTION” (1987, Hard Rock)


La década del ’80 fue la del pop; pero también la del hard rock, especialmente en USA. Y la “culpa” de ello lo motivó al advenimiento de un sin fin de bandas provenientes de las más variadas regiones de ese país, aunque el principal aporte lo hizo la escena californiana con epicentro en la ciudad Los Angeles y alrededores.

Visto hoy a la distancia, ese movimiento tuvo de todo; grupos buenos, regulares y malos, burdas copias u originales en todo sentido.

Pero artísticamente fue mucho más valorable (o valorado en la actualidad) de lo que se creía en aquellos lejanos días; la “actitud” mayoritaria adoptada por los conjuntos conspiraba muchas veces contra la música relegando a ésta a un segundo plano.

Casi todo era “glam”, imagen glamorosa: maquillajes, calzas, spray, botas, cuero, motos, chicas y el slogan “sexo, drogas y rock & roll” llevado a una ilimitada expresión.

Más allá de eso, se rescataba lo importante: bien o mal, todos tocaban rock and roll. Y a lo largo de esos diez años, cada dos hubo varias implosiones, aunque hay una fecha clave: 21 de Julio de 1987, día en que se editaba el primer álbum de Guns N’ Roses, “Appetite For Destruction”.

Porque hay decenas de discos decisivos en la historia del rock, y él es uno de ellos; solo rock & roll, sucio, apetitoso y destructivo como el título y sobre todo tradicional, básico y devastador.

Los Guns N’ Roses no exhibían nada raro, aunque combinaban de modo muy personal una enorme cantidad de influencias: desde el blues de los Stones hasta el hard rock americano de los ’70 con Aerosmith como grupo de cabecera, pasando por la rabia del punk de ambas costas (Ramones, The Stooges, Misfits y Pistols), el glam y rock británico e inclusive ciertos toques pop.

Y nada más acertado que aplicar a ellos la máxima de “estar en el momento justo en el lugar indicado”, ya que reinventaron la escena de LA, dotaron de calidad y seriedad musical a un movimiento cuyo tesoro menos valorado era la música, definieron el rock de los ’80 y en poco tiempo lograron artística y comercialmente lo que otros ni en vida alcanzaron.

Con el agregado que el tiempo los transformó hasta hoy en la última gran banda de rock genuino, por abarcar todos sus ingredientes: riffs, orgías, drogas duras, tours masivos, ventas, descontrol, histerias, depresiones, peleas y responsables del legado rockero final devorado por la llegada de los ’90.

Por eso, gran parte del significado histórico de Guns N’ Roses lo da este debut, comparable en cuanto a importancia e imponencia del material con el primer álbum de Led Zeppelin.

Desde una intimidante portada que sirve de preaviso a doce de las más grandes canciones que artista alguno pudiese grabar, “Appetite...” es lisa y llanamente una bomba: producción soberbia, sonido lleno, macizo y crudo, voces inconfundibles, guitarras machacantes y pesadas, bajo denso y batería al frente, en medio de un rockeo que riega adrenalina en cada surco.

El clásico “Welcome To The Jungle” es una de las aperturas más aplastantes de la que se tenga memoria: la incendiaria viola de Slash sacude los cimientos mientras que los coléricos alaridos de W. Axl Rose dan pie a la entrada del resto del grupo para darnos la bienvenida a un tema violento, oscuro e inolvidable.

Nada de ambientes “fiesteros”; el clima sigue apesadumbrado y rudo, “It’s So Easy” resalta las variantes vocales de Axl, con sus graves salidos de un féretro, agudos irritables y entonaciones afinadas.

“Nightrain” y “Out Ta Get Me” transcurren como mazazos por todo el cuerpo y “Mr. Brownstone” es otro punto alto con su magnífico estribillo.

En “Paradise City” los guitarrazos golpean sin descanso hasta el veloz duelo final entre Slash e Izzy Stradlin, seguramente el “cerebro” detrás del carisma de Rose.

“My Michelle” tiene un ritmo entrecortado hasta acelerar en los coros, sigue siendo rock & roll y gusta; “Think About You” y “Anything Goes” martillan hasta lo profundo en la cabeza, y “You’ re Crazy” alcanza el desquicio con los vaivenes de Axl, que parece pasar sin esfuerzo alguno de un tono a otro muy en la onda de Dan McAfferty, cantante de Nazareth.

Culminando, las dos últimas perlas: el hit “Sweet Child O’ Mine”, equilibrio de agresividad y melodía, temazo por donde se lo mire y una tempestad desatada en los riffs de Slash, cuya destreza y buen gusto lo ponen como lo mejor de la banda y a la altura de los próceres del encordado ocupando su merecido lugar en el panteón de los “guitar heroes” americanos.

Y “Rocket Queen”, nostálgico, agobiante y pervertido desde su letra, estribillos para el asombro y un final con dejo a tristeza.

Poco pasó con esta placa al momento de su edición (que se dio en nuestro país en el mismo 1987 con algunos meses de demora); un año después la situación cambió de color y en cuestión de días GN’R llegó a ser el grupo más importante del mundo con un multivendedor “Appetite For Destruction” que al año 1998 llevaba la friolera de quince millones de copias vendidas solo en USA.

Los años posteriores no hicieron más que acrecentar las expectativas por sus sucesores, “GN’ R Lies” y los volúmenes I y II de “Use Your Illusion”, un trabajo de estudio doble de más de tres horas de duración sin grietas ni espacios para distraerse.

Finalmente, los conflictos de Axl más el caos interno generado por los excesos de todo tipo hicieron que la formación dorada dijera basta con el cierre de su gira en julio de 1993 en Buenos Aires.

Aun al borde de la destrucción, mantuvieron su apetito por el rock.

Y nosotros lo devoramos con empacho, porque el rock es historia y este álbum uno de sus más preciados hitos.

Calificación: 10/10

Review por Fernando

02 julio 2006

WHITESNAKE "Slide It In" (1984, Hard Rock)


Después de la separación de Deep Purple allá por 1976, solo dos de sus ex miembros alcanzaron un destacable grado de reconocimiento con sus carreras en solitario: el guitarrista Ritchie Blackmore a la cabeza de Rainbow y el cantante David Coverdale liderando Whitesnake.

Vagamente recuerdo notas en la añeja revista nacional “Pelo” hacia 1980- ’81 haciendo referencia a la “serpiente blanca” mientras que el clip de “Fool For Your Lovin’” rotaba en nuestra TV entre 1983 y ’84.

No me enganchaba demasiado, me parecía una banda vieja y vetusta y hasta con una imagen sin cohesión y uniformidad, con tipos pelados y gordos contrastando con el porte y carisma de Coverdale, más de una vez señalado como uno de los principales “sex- symbols” del rock.

Claramente era yo quien no entendía nada, inmerso en la espectacularidad visual de Kiss, Maiden, Mötley, Judas y otros, y mis oídos que solo pedían más y más caña.

Hasta que en enero de 1985 Canal 13 emitió a la par de su realización el festival “Rock In Rio” de Río de Janeiro, en donde tocaban especialmente varios conjuntos “heavys” pasando por el mejor momento de sus carreras, y al que Whitesnake llegó casi en silencio para luego triunfar.

Y el impacto fue total: una banda dura y aguerrida, puro hard rock británico sin ningún aditamento escénico, John Sykes con su melena rubia y Les Paul negra apuntalando el toque metálico y Coverdale dando cátedra vocal y de frontman.
Desde ese instante, el veneno de la serpiente me demolió.
Dicho festival fue una especie de renacer y reconocimiento a nivel mundial para un grupo que venía peleándola desde fines de los ‘70 y cuya popularidad se restringía a Europa y Japón, con una larga serie de álbumes que tomaban la posta dejada por dos instituciones: Thin Lizzy y especialmente Free.

Tomando como influencia principal al conjunto liderado por Paul Rodgers y Paul Kossoff, Whitesnake se convirtió en el más fiel y genuino representante del hard rock inglés combinando como pocos clásico rock pesado y blues en medio de la avanzada de la NWOBHM, ocupando en el umbral de los ’80 la vacante de rock setentoso que un público huérfano de Purple y Zeppelin reclamaba.
Por otro lado, la gran obsesión de agrupaciones como los mismos Rainbow y Whitesnake era imponerse en el mercado americano con su estilo netamente inglés; no sorprende entonces que el único álbum editado en USA hasta la aparición de “Slide It In” fuera “Ready An’ Willing” (tercera placa de 1980) y que recién en 1984 Coverdale y cía. obtuvieran el primer contrato importante para introducirse en América mediante el apoyo de la discográfica Geffen, justo cuando la escena acaparaba el rock callejero de la costa oeste.

Destacable es mencionar lo anteriormente indicado, porque “Slide It In” apareció en febrero de ese año grabado originalmente con las guitarras de Mel Galley (ex Trapeze) y postreramente Micky Moody y Colin Hogdkinson en el bajo, y tras cambios de personal (algo habitual en Whitesnake), en abril la versión yanki incluía las partes de bajo regrabadas por Neil Murray y la leve adición de los guitarrazos pirotécnicos de John Sykes, dos músicos que no solo le aportaron al conjunto sangre nueva sino una imagen rockera acorde con lo que el mercado estadounidense necesitaba.

Así es como “Slide It In” se transforma en el álbum más redondo y equilibrado de una discografía sin baches, con diez canciones directas e irresistibles y siendo la transición entre aquella banda tradicionalmente británica y blusera a la melódica y americanizada que estallaría exitosamente en 1987.

El punzante riff del tema homónimo abre el camino de un material pleno de punch, energía, estribillos para el recuerdo y emoción.
Hay ferocidad desde los rutilante y secos golpes del extraordinario baterista Cozy Powell, cuyas combinaciones sostienen una dupla antológica de guitarras gemelas que se debaten entre la medida distorsión y el “slide blues”; “Slow An’ Easy” con la sensualidad aportada desde la garganta de David es un ejemplo de ello.
“Standing In The Shadow”, “Give Me More Time” y “All Or Nothing” son hard rocks compactos y agresivos, con bases precisas y coros que se impregnan rápidamente en la memoria.

Y queda también lugar para la nostalgia en las introducciones de teclados de “Gambler” y “Love Ain’t No Stranger”, ideadas por el excepcional Jon Lord, que si bien no tiene la rutilante participación que en Purple, se hace imprescindible para continuar manteniendo ese toque inglés neoclásico.

“Spit It Out” y “Hungry For Love” siguen con la línea febril y caliente de una placa que no decae su ritmo hasta llegar a su pico de armonía y romanticismo en los hits “Guilty Of Love” y “Love Ain’ t No Stranger”: poderoso y cortante rock ‘n’ roll el primero, melódico y sentimental el segundo.

E imposible negarle un párrafo al alma de la serpiente: David Coverdale, un cantante curtido con su experiencia en Deep Purple y asentado como uno de los más grandes vocalistas en su grupo.

Desde su registro caudaloso y lleno de matices altos y bajos, graves y oscuros, vive cada tema como si fuera el último, transmitiendo sus sentimientos hasta el borde del llanto.

Tanto para aullarle con agudos estrepitosos y lenguaje sucio a mujeres sedientas de sexo como susurrar con tristeza sus desengaños amorosos, Coverdale es una de las selectas voces que hacen de cada canción un fenómeno propio e irrepetible.

La irreprochable producción de Martin Birch más su indestructible sonido solo contribuyen a hacer de “Slide It In” un álbum pleno de magia e inagotable transcurrir.

El premio a tanto esfuerzo se vio coronado con el primer disco de oro en USA por esta placa y un “break” temporal que presagió al éxito infinito de su sucesor.

Dejar que la “serpiente blanca” pique es casi placentero y muy dulce es pecar con cualquier etapa de su historia.

Solo penétrense con ella y verán...

Calificación: 10/10

Review por Fernando

17 junio 2006

DREAM THEATER "Images And Words" (1995, Progressive Rock)


Recuerdo que durante 1990 revistas argentinas especializadas (Madhouse) hablaban maravillas sobre una – por aquel entonces – ignota banda norteamericana llamada Dream Theater. Cuatro años después un compañero de trabajo y actual mejor amigo mío me volvía loco para que los escuchara pero no le daba bola. Un día de 1994 me encontraba revolviendo bateas en la disquería Thor (Galería Bond Street) y me lo compré. Fue un gran impacto para mí: el primer día lo escuché como diez veces.

La propuesta iba absolutamente a contrapelo de lo que el mercado metálico ofrecía en esa 1992: thrash metal en abundancia (Metallica, Megadeth, Pantera, Sepultura), timidamente aparecían los primeros atisbos de lo que fue el movimiento grunge, y bandas clásicas que sacaban buenos y excelentes discos (Iron Maiden, Queensryche, Kiss).

Básicamente Dream Theater es una gran mezcla de lo mejor de MUCHOS estilos de la década del setenta. Hay mucho de rock sinfónico/progresivo (Yes, EL&P y Génesis a la cabeza), algo de bandas como Kansas, cosas de Rush, y otras de Queensryche por mencionar sólo algunas bandas de referencia.

El mérito es que en este álbum todo se amalgama de tal forma que uno no puede hablar de robo en ningún momento.

James LaBrie es un vocalista excelente. Alterna agudos con vocalizaciones excelentes, no tiene problemas con los registros más graves. En “Images And Words” debuta a lo grande, dejando chiquito al cantante anterior (Que era demasiado “nasal” en el álbum debut “When Dream And Day Unite”). Para botón de muestra, “Pull Me Under” muestra sus virtudes cantando... y las virtudes de la banda!!!. Son músicos de excelentes para arriba, y además de componer temas excelentes, las ejecuciones rayan la perfección. En este tema hay un riff filoso que se alterna con los teclados, por momentos hay tempos de batería thrashers, y los coros recuerdan al gran Yes de “90125”.

“Another Day” es una bellísima balada que suena a FM sin serlo. Las partes de piano de Kevin Moore y el saxofón de Jack Beckestein son sencillamente exquisitas.

“Take The Time” vuelve a ofrecer teclados setentosos que suenan a noventas, nuevamente coros de gran factura, partes intrincadas mechadas con otras más “accesibles”, guitarra de John Petrucci tirando solos perfectos. A mitad de tema hay una especie de zapada funk al mando de la sección rítmica a cargo de John Myung (Bajo) y Mike Portnoy (Batería) que es uno de los puntos más altos del disco y mi tema preferido.

“Surrounded” es otra hermosa balada (por ponerle un rótulo) cortada abruptamente por ejecuciones y teclados a lo Marillion con LaBrie cantando como Geddy Lee (Rush). Es el tema que más parecido suena al glorioso trío canadiense. El cierre es bellísimo, nuevamente con pasajes muy tranquilos y climáticos.

Ya a esta altura el oyente queda pasmado por el equilibrio perfecto entre metal, temas que parecen comerciales pero no lo son, influencias de todos los colores provenientes de los setentas, y la excelente producción a cargo de David Prater.

Los cuatro temas restantes de la placa son los más dificiles de digerir. “Metropolis Part I” y “Under A Glass Moon” están llenas de arreglos, sorpresas, cortes, efectos, instrumentos de percusión, líneas de bajo y cualquier variante musical posible que pueda salir de una guitarra, bajo, batería y teclado.

El tema que cierra dura 11 minutos (Los restantes promedian los 7-8 min.) y es sublime. El piano de Moore nuevamente nos adentra en esta perla llamada “Learning To Live”, con pasajes y climas inolvidables que tienen todos los colores imaginables (Para variar).

Con este disco, Dream Theater se posicionó en el metal. En su momento vendió 500000 copias (Seguro que hoy en día esa cifra es muy superior. Para quienes disfrutamos de “Images And Words” en esa época, ya sabíamos que iba en camino a ser un “Esencial de rock”.

Calificación: 9/10

Review por Martín

KISS "Alive!" (1975, Hard Rock)



Cuando tenía siete u ocho años recuerdo que lo que a veces escuchaba en un viejo tocadiscos eran “Help” de los Beatles y un compilado de Rafaella Carrá. A fines de 1979 y con nueve años, en la televisión pasaban el comercial del álbum “Dynasty” con la imagen de una banda que obviamente me llamó la atención; más aún cuando en enero de 1980 en plenas vacaciones en Pinamar tuve la primer foto de ese grupo sacada de una “TV Guía”.

Claro que era Kiss, los reyes del escenario y la transgresión. Amados u odiados pero nunca ignorados.

Bien, todo esto fue fundamental en mi vida porque con Kiss y con solo diez años empecé a escuchar rock, asi que de antemano queda claro lo que significa el conjunto para mi: con ellos inicié una fiebre que día a día se incrementa.

Durante mucho tiempo fue lo único que escuché, y siempre me parecieron superiores. Aún hoy sigo ansioso por cualquier cosas que saquen más allá que últimamente han hecho jugadas que huelen más a robo que a otra cosa, pero lo que los tipos hicieron durante su carrera no se los invalida nadie: a casi treinta y cinco años de su formación son indudablemente una de las bandas de rock más grandes del mundo y que han dejado su huella.

Que pienso ahora del conjunto, con tanto tiempo transcurrido? Que musicalmente son lo que se propusieron ser: un grupo de machacante y directo rock ‘n’ roll con el suficiente talento para adaptarse a lo que el mercado exigía en distintas épocas. Sin demasiado virtuosismo (desde cuando hacen falta virtuosos para ser una banda fenomenal?); nunca quisieron serlo, solamente hacer lo suyo con corrección.
Y sobre todo jamás se apartaron de rockear. Quién no escuchó aunque sea una de sus placas? Quien no bailó con “I Was Made For Loving You”? Aunque no te guste el conjunto... no me digas que al menos un álbum no te cae bien?

En 1975 Kiss era un grupo hambriento de gloria, con tres discos editados y más fama lograda por sus infernales conciertos que por sus ventas de LP. Habían tomado la imagen del “glam” rock inglés de comienzo de los ’70 y la onda “glitter” neoyorkina; el lado oscuro de Alice Cooper y el poderoso sonido Detroit de MC5, Iggy & The Stooges y Ted Nugent también estaban presentes. Todo combinado con su propio sello para lograr un rock ‘n’ roll eléctrico y más refinado, a veces pesado y apetitoso como una pizza.

Los shows de Kiss no se basaban solamente en su conocida teatralidad, la fiereza con que el grupo tocaba mucho tenía que ver para hacer de los recitales un cóctel explosivo. Y que mejor que grabar una placa en vivo para dispararlos hacía la inmortalidad, cosa que hicieron en la gira de “Dressed To Kill” a mediados de 1975.

“Alive!” es considerado unánimemente como de los tres o cuatro mejores álbumes de la vasta discografía del cuarteto; es el más vendedor de su carrera y seguramente se encuentra entre los diez mejores trabajos en vivo de la historia del rock, sentando precedentes en la forma de hacer placas en directo.

Nunca nadie (ni antes ni después) logró plasmar en un disco con tanta nitidez lo que era un concierto del más incandescente rock: bombas, explosiones, guitarras al frente y aguerridas, voces que a veces se desgarran, una base demoledora y por sobre todo mucha crudeza. “Alive!” hace honor a su nombre y suena realmente vivo, pesado y frontal, tomando al conjunto en uno de sus mejores y más inspirados momentos.

Ya desde el arrollador comienzo con “Deuce” los parlantes estallan; y la lista de clásicos tocados de una manera incansable siguen: “Strutter”, “Got To Choose”, “Hotter Than Hell” y el incendio con “Firehouse”. Gene Simmons pone la cuota densa desde su bajo y su voz de ultratumba; Paul Stanley lleva adelante el álbum con sus riffs rockeros y sus vocalizaciones características; Peter Criss aporrea su batería sin piedad y se dispone arrasar con todo en su solo de “100.000 Years”.

Finalmente Ace Frehley se convierte en la estrella de los cuatro para demostrar aquí que estaba destinado a ser uno de los grandes guitarristas de los ’70 e influencia base para generaciones futuras. Destella en “She” y la zapada final de “Let Me Go Rock ’n’ Roll”.

No faltan “C’mon And Love Me”, “Black Diamond”, “Nothin’ To Loose”, “Watchin’ You”, “Rock Bottom”, “Cold In” y el himno del rock americano: “Rock And Roll All Night”. Todos fundamentales, todos ardientes.

A partir de “Alive!” Kiss se transformaba en una mega banda, incrementaría la calidad de sus grabaciones posteriores y sin saberlo ni quererlo sentaba los cimientos del “heavy” rock americano de la década del ’70 y sobre todo de la generación de bandas yankis de los ’80. Y aún hoy gente de cincuenta a cinco años los veneran como el primer día.

Fundamental para entender a la banda y para saber lo que es ser un formidable grupo de rock ‘n’ roll, “Alive!” es un álbum necesario, grandilocuente e histórico.

Como no saber que ocurrió con Kiss luego; éxitos, fracasos, decenas de placas en estudio y en vivo (consideradas a partir de “Alive!” como algo esencial en ellos), cambios de personal, la reunión de los originales y el presente que los encuentra ya viejos pero eternamente jóvenes cuando suben a un escenario a rockear sin defraudar.

“Alive!” es fuera de todo fanatismo uno de los momentos más gloriosos e importantes; después de su edición nada fue igual. Y quien no sangra con él es porque simplemente no está vivo.

Calificación: 10/10

Review por Fernando

15 junio 2006

LED ZEPPELIN "IV" (1971, Rock)


Ya pasó media hora y no decido que álbum comentar de Led Zeppelin... porque probablemente sea uno de los pocos grupos que en una carrera relativamente corta (algo más de diez años) lo hicieron todo: el rock en todas sus vertientes está ahí, la más maravillosa música imaginable e inimaginable surgió del sentimiento de Page, Plant, Jones y Bonham. Solo eso, casi nada...


No soy el único (revisen la historia y estadísticas, lean publicaciones y libros de todas las épocas y sobre todo escuchen sus placas) que opina que Led Zeppelin fue la banda más grande de todos los tiempos, por encima de cualquiera y eso incluye a los Beatles y los Stones.

Varias son las razones; Jimmy Page tuvo desde el comienzo muy en claro lo que quería hacer y a donde pretendía llegar con su conjunto, quizás el único caso en donde casi todo fue planeado tal como Jimmy lo quiso, lográndolo con creces.

La idea era hacer para los americanos la música que ellos querían oír pero que nadie les brindaba: rock, blues pesado, country, folk. Muddy Waters, Willie Dixon, y Elvis Presley llevados a niveles insospechados.

Pero también más; la experimentación de los años los llevó a los sonidos del Medio Oriente, Marruecos, los celtas, la oscuridad de la magia negra y hasta el pop.

Hicieron el camino lógico, la raíz del rock: blues del delta, rock, y heavy metal. Llegaron a los extremos del rock ‘n’ roll cerrando el círculo y por eso fueron los más grandes.

Todo ello sin mencionar el salvajismo con el que vivían, el legado que dejaron, el peso en la historia que aún tienen y los sucesos comerciales que impusieron: la segunda banda más vendedora de todos los tiempos, batiendo records de asistencia a sus giras, y con una vigencia equiparable a la de los Beatles a más de veinticinco años de su separación.

Quizás resta decir que el último CD de rock más esperado y vendido de los últimos años fue “How The West Was Won” (2003), una grabación de shows de la gira de 1972.

Seguramente la discografía de Zeppelin desde su debut en 1968 hasta por lo menos 1976 (“Presence”) es imprescindible por lo anteriormente expuesto, toda la revolución musical que provocaron está en cada uno de esos LPs. Entonces aquí hablamos de su cuarta entrega (conocido vulgarmente como “IV” cuando en realidad no tiene título, solo cuatro símbolos de runas que describen la personalidad de cada integrante) pero podría haber sido cualquier otro, ya sea el impactante “Led Zeppelin”, el más directo y rockero “Led Zeppelin II”, “Led Zeppelin III” con sus vaivenes acústico- pesados, la transición de “Houses Of The Holy”, el bombástico doble en estudio “Physical Graffiti” o el temerario “Presence”.

Para empezar, cada etapa de Zeppelin tuvo rasgos distintivos por la singularidad de sus músicos que formaban un combo ideal: Robert Plant y su voz... lúcida, chillona, aplacada, caudalosa y sentimental según las circunstancias lo requirieran; John “Bonzo” Bonham, más que un baterista, un trueno de fuerza y técnica detrás de los tambores; John Paul Jones, no solo un enorme bajista, sino tecladista y arreglador musical, creador de los brillantes colchones instrumentales en los que descansaba el trío restante.

Y Jimmy Page, cerebro de la maquinaria, probablemente de los cinco guitarristas más importantes de todas las épocas, un tipo con una imaginación y creatividad para componer tan frondosa que necesitó grabar de a diez guitarras simultáneamente para hace realidad sus deseos en vinilo.

Zeppelin tuvo decenas de canciones clásicas, y aquí hay muchas de ellas; para empezar un uno- dos demoledor con “Black Dog” y “Rock And Roll”. El primero con toda su carga de poder devastador y los acordes de Page rellenando cada surco; el segundo con algunos de los riffs más recordados que dio la historia rockera y un Bonham queriendo aplastarnos a cada segundo.

“The Battle Of Evermore” varía de climas a cada instante y “Misty Mountain Hop” lleva un ritmo incesante desde su irresistible gancho. La densidad de “Four Sticks” es el marco para apreciar la pared de acero de la base Jones- Bonham y la acústica “Going To California” con su bagaje de juglares medievales es uno de los temas más hermosos jamás escuchados.

Para el final quedan quizás los dos mejores números: la atmósfera distante y psicodélica de “When The Levee Breaks”, sus dramáticos guitarreos y Plant poniendo emoción desde sus agudos del más allá.

Y “Starway To Heaven”, junto a “Yesterday” la canción de más rotación en la historia radial, simplemente un puñado de seis o siete minutos donde la banda pudo resumir parte de sus condiciones musicales, con su archifamoso y nostálgico comienzo, el medio tempo que antecede a la avalancha pesada que culmina en el espectacular solo de Page para que Plant y sus gritos felinos den paso al climático final.

Como todo álbum del conjunto, “Led Zeppelin IV” no solo basa su genialidad desde un material incomparable sino también desde ese sonido arrollador, ajustado y consistente que desde el primer trabajo el grupo supo plasmar con la experiencia de unos jóvenes veteranos.

Esta placa es en definitiva un paso más en la carrera de superación constante que Zeppelin tuvo; con el nivel alcanzado anteriormente a ella, parecía imposible traspasar la barrera de una creatividad ya extrema.

Y con “Led Zeppelin IV” no solo volvieron a hacerlo, sin que el futuro depararía viajes musicales aún más arriesgados.

Porque fueron el rock y nos lo dejaron eternamente, por eso es un pecado obviar cualquier momento del cuarteto.

El propio rock ‘n’ roll no nos lo perdonaría...

Calificación: 10/10

Review por Fernando

THE WHO “Who’s Next” (1971, Rock)


Antes del golpe que provocó la aparición de la trilogía base del heavy rock (Zeppelin, Purple, Sabbath) hubo otra a inicios de los ’60 que forjó los cimientos del rock propiamente dicho, encabezada por los Beatles y Rolling Stones y los terceros en discordia: The Who.

Quizás levemente un paso atrás en cuanto a reconocimiento y popularidad, la banda logró abrirse paso ubicándose a medio camino entre los movimientos “rocker” y “mod” ingleses, convirtiéndose en piedra histórica fundamental.

Para tener idea de lo que generaron estos tipos, basta decir que lo suyo fue adelantado a su época; empezaron con tímidas canciones pop semejando a unos Beatles más duros y fueron contemporáneos junto a ellos en la creación de álbumes psicodélicos y experimentales, desde el primer atisbo de rock ópera que fue su segunda placa (“A Quick One”) hasta el triunfante “Tommy”, para luego grabar trabajos del más genuino y creativo rock ‘n’ roll recorriendo distintos caminos.

Y hay más; probablemente hayan sido los creadores de la primera canción de rock duro (“My Generation” de su debut homónimo) y sin duda el nexo entre el rock y el heavy metal.

Porque fueron los pioneros en sonar potentes antes que nadie y hacer conciertos bestiales con decibeles atronadores y rotura de instrumentos incluida. La anécdota cuenta que en uno de ellos una paloma que la casualidad puso sobre uno de los amplificadores del guitarrista Pete Townshend se desintegró en pedazos por el volumen que irradiaban los parlantes.

Su “Live At Leeds” es el primer gran álbum en vivo de la historia y hasta el mismo Jimmy Page se inspiró mucho en ellos a la hora de armar Led Zeppelin; experimentación, rock pesado y un cuarteto de lujo, donde cada integrante era una parte imprescindible.

A los Beatles podría haberle faltado Ringo, a los Stones Bill Wyman, pero a los Who no, individualmente eran los músicos más talentosos de los tres conjuntos.

Basta con mencionar a la mejor base del rock inglés en manos del maestro del bajo John “The Ox” Entwistle y Keith Moon, el baterista más estruendoso y salvaje hasta hoy conocido y referente de John Bonham. O ese inmenso cantante y frontman que es Roger Daltrey, junto a Paul Rodgers dos de las sagradas voces que permanecen inalterables actualmente, y el motor del grupo, Pete Townshend, multi instrumentista y forjador casi del ciento por ciento del material.

En una carrera con placas de altísimo nivel, “Who’s Next” es reconocido como el trabajo más aclamado sin girar exactamente en torno a una ópera rock como “Tommy” y Quadrophenia” (otros LPs básicos) pero que paradójicamente nació por la frustración del proyecto “Lifehouse”, un “magnum opus” ideado por Pete que debió ser la transición entre los dos ya nombrados.

Desde el vamos, la marcha de “Baba O’ Riley” con su apertura de teclados y final de violines a ritmo acelerado nos introduce en un álbum lleno de clásicos como “Bargain”, “My Wife”, “Behind Blue Eyes” y “Won’ t Get Fooled Again”, con el sello indiscutido de su estilo: muchos pasajes e introducciones acústicas (para creer que no solo la viola eléctrica puede sonar cruda y pesada), apaciguadas melodías y feroces guitarrazos escupiendo caliente rock ‘n’ roll y hasta country como en “Love Ain’t For Keeping”.

Daltrey comanda las vocalizaciones afinadas y poderosas al límite, desde el delicado registro en “Behind Blue Eyes” hasta los alaridos de “Won’t Get Fooled Again”.

Entwistle usa su bajo como un hacha de batalla, y tiene su momento máximo con las voces al frente en la monolítica “My Wife”.

Keith Moon por primera vez a su potencia le agrega disciplina y precisión, sonando profundo y claro para demostrar porque fue uno de los más grandes bateristas de todos los tiempos..

Y finalmente Townshend, que confirma su status de maestro de las seis cuerdas con sus ricas texturas, inspirados solos y demoledores riffs, contrastando en la voz con el caudal de Roger para generar impresionantes ataques vocales como los de “The Song Is Over”, “Baba O’ Riley” y “Bargain” y liderar con agresividad “Going Mobile”.

“Who’s Next” se transforma también en una placa épica y precursora en el uso de pianos, teclados y sintetizadores en el rock, no solo de relleno, sino como una estructura básica en cada canción e iniciando la creciente importancia que adoptarían los mismo en los subsiguientes álbumes del grupo.
Hoy se habla de los legendarios Stones y su indudable grandeza, e injustamente se olvida que los Who siguen girando y próximos a editar un nuevo CD luego de años, haciendo rock como pocos y con cuarenta años de trayectoria sobre el lomo, con la capacidad intacta de sus comienzos y capaces de destrozar a miles de grupos emergentes que podrían ser sus nietos.

Porque ocuparon un lugar fundamental en la historia, enseñando, tocando e inventando, es indudable que los Who tienen su merecido lugar en el trío esencial.

“Who’s Next” con su carga de adrenalina, creatividad y variantes es quien lo deja claramente establecido.

Calificación: 10/10

Review por Fernando

AC/DC “Back In Black” (1980, Hard Rock)

AC/ DC es una banda que conocí casi a la par de Kiss y Queen, mis primeros accesos al rock, a inicios de los ’80. Tenía doce o trece años, y el grupo empezaba a ser muy popular en nuestro país, coincidentemente con su suceso internacional gracias a “Back In Black” y “For Those About To Rock”.
Pero por esas cosas inexplicables, de niño los odiaba porque no soportaba al esquizofrénico de Angus Young; encima en una deplorable revista como “Pelo”, su hermano Malcom hablaba (supuestamente) mal de Kiss.

Ahora bien, no formaban parte de mi discoteca, pero conocía gran parte de su material y cada vez que los escuchaba en alguna parte no podía dejar de tararear los temas y mover la cabeza. Y fue uno de los pocos grupos que vi (en 1996) sin tener un solo álbum entre mis miles de CDs.
Recién en 1998, con mis prejuicios de lado, me dije “estos tipos no pueden faltar en mi colección”... y casualmente, en la extinta “Tower Records” estaba casi toda su discografía en cassettes importados a precios irrisorios ($ 6), los que obviamente compré y todavía conservo.
Luego vinieron unas recientes ediciones en CD remasterizadas (2003) a las que accedí casi con desesperación... no los descubrí tarde (imposible ante tamaña popularidad), pero casi con ridiculez los incorporé a mi catálogo de muy grande.
Pocos grupos hicieron siempre lo mismo (rock) y jamás se los criticó por no apartarse un centímetro de su estilo. Y pocos son los que siempre sonaron igual (bien) renovando las expectativas con cada edición. AC/DC es entonces uno de ellos, escuetamente definibles como Chuck Berry haciendo rock pesado y rhythm & blues, y una de las diez bandas más grandes e importantes de la historia.

Al momento de la grabación de “Back In Black”, este conjunto mayoría de escoceses formado en Australia habían perdido a su fenomenal y carismático cantante Bon Scott, justo cuando estaban a punto de comerse el mundo luego de su primer gran éxito de la mano del LP “Highway To Hell”, y habiendo encontrado el productor responsable de hacerlos sonar gordos y consistentes como una roca, Robert “Mutt” Lange. Muchas de las canciones por entonces nuevas, estaban siendo compuestas junto a Scott cuando el tipo decidió irse al más allá.

Y si bien la desaparición de Bon fue un difícil transe para el conjunto, la decisión estaba tomada: seguir adelante con su reemplazante, el inglés Brian Johnson, porque no podían desperdiciar su carta de presentación definitiva para aniquilar a las masas con su poderío.

Había llegado “Back In Black”, un remolino de volcánico hard rock jamás escuchado dispuesto a acabar con todos.

Diez temas, de los cuales como mínimo ocho, dan vida a un álbum clásico de clásicos que inclusive se encuentra entre los más vendedores a la par de “Led Zeppelin IV” y “The Wall” (P. Floyd).

Tétricas campanas y acordes apesadumbrados son el puntapié inicial de “Hells Bells”, un certero cross a la mandíbula, punzante y directo, al que le sigue el frenético gancho de “Shoot To Thrill”, más rápida y rockera, riffs por doquier y dura hasta el fin.

Sin respiro “What Do You Do For Money Honey” deja cuellos rotos con coros al frente y un ritmo que no decae, mientras que el groove de “Given The Dog A Bone” sostenido por una base sin grietas nos acerca al delirio.

“You Shook Me All Night Long” es el momento más “fiestero” de la placa sin resignar agresividad, y que agregar sobre el ultra reconocido “Back In Black” con sus inquebrantables guitarrazos e inolvidable estribillo.

Solamente “Have A Drink On Me” y quizás “Shake A Leg” parecen ser canciones de relleno que otro grupo daría la vida por grabar, al lado de monumentos como “Let Me Put My Love Into You” y el himno “Rock And Roll Ain’t Noise Pollution”.

Y a la par de un material pletórico, “Back In Black” es puramente la quintaesencia de AC/ DC; sonido firme y grueso, hard rocks salidos del infierno, estribillos destinados al hit permanente sin transformarse en comerciales y baratos y una consistencia aplastante, lograda por el impresionante ensamble del conjunto.

Como no lograr la puesta a punto con una base sólida y precisa si Cliff Williams (bajo) y Phil Rudd (el baterista por excelencia de la banda) forman un dúo mortífero que derrumba aquello que se les interpone.

O si el debutante Brian Johnson decide no emular a su antecesor y ser él, aportándole a las canciones una personalidad única desde su chirriante y aguardentoso registro evitando las odiosas comparaciones y sin llevar a nadie al disyuntivo planteo de lo que hubiera sido “Back In Black” con un cantante técnicamente superior como Bon Scott.

Y si los responsables máximos de esta joya son los hermanos Young; Angus con sus desesperados solos, nerviosos a decir basta y semejantes a la sensación que produce colocar los dedos en el enchufe, y Malcom, a mi entender el alma y cerebro de la banda, real creador de los memorables e impiadosos riffs marca registrada del grupo.

A partir de “Back In Black”, AC/ DC asume una posición de privilegio dentro del rock y se revela como un nombre a ingresar en la galería de históricos; si hoy todos sabemos lo que son, es gracias a este álbum que sentó precedentes y un estilo a seguir.

Febril, a veces con matices oscuros, macizo y aplanador, “Back In Black” es probablemente uno de los veinte trabajos imprescindibles de todas las épocas y el querido Bon debe estar contento por ello, con su botella de whisky y rockeando junto al diablo.

Porque el cielo no fue hecho para AC/ DC, nosotros que estamos en el rock los saludamos...

Calificación: 10/10

Review por Fernando

RUSH "Permanent Waves" (1980, Progressive Rock)


La combinación de rock y música sinfónica- progresiva siempre fue polémica: temas de vente minutos de duración, decenas de miles de notas y arreglos, batallas interminables de teclados e interludios tan intensos como a veces aburridos, llevaron a las audiencias a amarla u odiarla sin términos medios.

Pero fue un género impuesto en los ’70 a partir del inmenso talento de una generación de músicos que conformaban grupos de un calibre sin igual como Yes, E L & P, Genesis, Pink Floyd y King Crimson solo por nombrar a los más conocidos, donde lo suyo pasaba más por lo progresivo y melódico que por el rock (salvo quizás los casos de Yes y E L & P).

Simultáneamente, Canadá nunca fue un gran exportador de música rockera, hasta que en 1974 apareció Rush con su álbum debut.

Si en la historia Led Zeppelin hizo de todo, este intrépido power trío que todavía hoy nos sigue deleitando no le fue en saga.

Se iniciaron como un grupo de elaborado rock crudo y pesado, con tímidos aportes progresivos , una especie de Zeppelin de segunda; y se caracterizaban por editar un álbum en vivo cada cuatro de estudio, como culminación de una etapa, porque la música de Rush pasó por varias...

El primer salto hacia la sofisticación de su sonido lo dieron con el clásico “2112” (1976), para despacharse luego con una placa en concierto tan “heavy” como “Alive!” (Kiss) y dos LPs increíbles como “A Farewell To Kings” y “Hemispheres”, en donde los teclados y sintetizadores se enfrentaban a zapadas y guitarreos infernales generando un cóctel asombroso y los temas de tres a diez minutos de duración convivían sin problemas.

Y continuaron con climas más técnicos y pulidos, cercanos al pop- rock durante los ’80, para en los ’90 sonar nuevamente filosos sin dejar de lado los aires progresivos hasta hacer algo más oscuro y ligeramente alternativo en la actualidad, dejando para quien quisiera develarlo, el acertijo de definirlos: rock, heavy metal, sinfónico, melódico?

Nada de eso y todo ello a la vez...

Los conocí en su etapa menos interesante aunque igualmente valiosa (los ’80) y cuando empecé a comprar sus CDs algo más de diez años atrás, no solo no paré de escucharlos jamás, sino que se constituyeron en mi acercamiento al sinfónico setentoso de los dinosaurios al comienzo mencionados.

Como síntesis, solo remarco que con Rush es más fácil descartar algunos pocos trabajos que elegir cual es el mejor, porque de ellos en una carrera de más de treinta años hay de sobra.

Pero su momento crucial tanto a nivel artístico como comercial lo vivieron en 1980 y ’81, al grabar dos LPs de neta transición que tranquilamente podrían haber conformado uno solo, “Permanent Waves” y “Moving Pictures”, probablemente con una pequeña luz de ventaja del primero sobre el segundo.

De transición porque “Permanent Waves” es el interludio entre el Rush rockero y apasionado de fines de los ’70 al más “light” y frío de los ’80 que resume de manera perfecta todos los complejos estilos por los que pasó la banda.

Desde instrumentaciones pomposas, sonido grandilocuente y producción altisonante, sin dejar de lado un factor preponderante en el trío como las letras (ciencia ficción, realidad diaria, la carrera espacial, homenajes a la radio (“Spirit Of Radio”), poesía y referencias a diversas artes (“Natural Science”, “Jacob’s Ladder”), “Permanent Waves” se mantiene como un hito orgulloso a partir también del equilibrio exacto entre lo duro, el progresivo y el pop (no es el término adecuado pero si el más cercano para encontrar una definición) dentro de esa atmósfera fría que el grupo siempre supo plasmar sin perder un ápice de garra ni caer peligrosamente en lo soporífero.

Por otro lado, pocas bandas aprovecharon tan bien el virtuosismo de sus integrantes; un bajo singular y poderoso, sintetizadores y teclados de alto nivel y vocalizaciones más afinadas y en tono que en sus primeros trabajos hacen de Geddy Lee un fenómeno.

Tampoco queda atrás el guitarrista Alex Lifeson con sus riffs zeppelinianos y efectos que recrean lapsos psicodélicos y menos aún el baterista Neil Peart, híper técnico y letrista, de los más grandes que ha dado la historia tras los parches.

“Spirit Of Radio” y su pegadizo estribillo desde las seis cuerdas abre la sesión, y junto a “Freewill” se transforman en las partes más entradoras y directas.

“Different Strings” ronda entre una textura melódica y sentimental, no es una balada sino un tema calmo e intelectual, mientras que “Entre Nous” es simple y apetitoso rock con sus fervientes guitarras.

Y los momentos épicos e intrincados llegan en “Jacob’ s Ladder” y “Natural Science”, dos canciones portentosas en las que el conjunto recorre todas sus variantes sin descanso haciendo de ellas lo mejor del álbum.

Si bien ya tenían un puñado de años escalando posiciones en Inglaterra y USA, “Permanent Waves” y su sucesor “Moving Pictures” harían de Rush una mega banda mundial con la particularidad de considerársela de culto pero masiva a la vez y exitosa bajo un estilo poco accesible.

Y como si ello no alcanzara, es menester agregar que el trío mantiene una posición básica en la historia porque inspiró todo el movimiento “hard- progressive” de los ’90 que encabezara Dream Theater.

Por suerte hoy siguen vivos e innovando como el primer día, arriba de una ola que permanentemente nos atrae una y otra vez hacia ellos.

Calificación: 10/10

Review por Fernando

THIN LIZZY "Live And Dangerous" (1978, Hard Rock)


En muchas oportunidades mencionamos el trío seminal del heavy rock que alcanzó su esplendor durante los ’70 (Sabbath, Purple, Zeppelin), pero que no fueron los únicos en dejar influencias para las generaciones venideras.

Simultáneamente desde la misma Gran Bretaña surgieron grupos que no tuvieron demasiado éxito aunque si cierta popularidad, y que dejaron también importante legados.

Bandas de elite y culto que a pesar de su increíble calidad, estaban consideradas en una segunda línea por debajo de los monstruos nombrados.

Es que en los ’70 había tal cantidad de excelentes propuestas, que verdaderos grupazos como UFO, Uriah Heep y Nazareth nunca recibieron el reconocimiento debido, quizás por mala suerte o por haber pertenecido a una década en donde la buena música sobraba.

Dentro de esa camada se incluye Thin Lizzy, obra del genial cantante y bajista Phil Lynott, inglés de nacimiento e irlandés por adopción y forjador del conjunto en Dublin a fines de los ’60 junto al baterista Brian Downey.

Para ser concisos, solo decir que Lizzy hacía el más puro y genuino hard rock inglés, rockero, crudo más que pesado, con brillantes y climáticas melodías y de un nivel preponderante.

Eso sin olvidar que impusieron un dogma fundamental: las guitarras gemelas en el rock.

No fueron los primeros, anteriormente hubo adelantados como los Wishbone Ash, pero Thin Lizzy las llevó a un terreno más duro y brillante que hicieron de su estilo algo personalísimo, y que marcaron a fuego al nombre probablemente más grande del heavy metal: Iron Maiden.

Decir que Maiden llevó no solo las guitarras, sino la melodía de Thin Lizzy a un marco metálico no es errado; de hecho yo mismo me conmoví cuando escuche a estos tipos y lisa y llanamente pensé interiormente “Maiden es un literal robo...”.

Quizás es una frase muy contundente y directa, y no ciento por ciento cierta si hilamos fino; la doncella es uno de mis grupos favoritos y claro que tiene méritos musicales propios, pero es también Steve Harris quien asume con orgullo que una de las primarias influencias de Maiden provienen del conjunto de Lynott.

Encima y como si no bastara con ello, los machaques que popularizaron trashers como Metallica y Megadeth, están también presentes en los viajes por las seis cuerdas de Thin Lizzy.

Y si la principal característica de Lizzy son las violas, no sorprende que haya sido una escuela de guitarristas: desde el blusero Eric Bell hasta el metálico John Sykes, por sus filas pasaron hachas de la categoría de Gary Moore, Snowy White, el californinaon Scott Gorham y el escocés Brian “Robbo” Robertson, estos últimos quienes conforman el dúo estrella en la etapa más relevante del conjunto, la que abarca “Fighting” (1975), “Jailbreak” y “Johnny The Fox” (1976), “Bad Reputation” (1977), y el en vivo que nos ocupa, “Live And Dangerous”, además de su obra maestra final en “Black Rose” (1979 y con Moore remplazando a Robertson.)

Los álbumes nombrados son piezas claves, nos detenemos en “Live And Dangerous” solamente porque es un adecuado resumen de esos años gloriosos aparte de ser uno de los grandes trabajos en vivo de toda la historia.

En directo los Lizzy eran fenomenales y a pesar de las sobregrabaciones (que placa en concierto no las tiene?) “Live And Dangerous” se mantiene fiel a su concepto: grandilocuente, equilibradamente nostálgico y rudo y parecido a una mole sonora, en la vena de “Alive!” (Kiss) más refinado.

Aquí hay momentos decididamente rabiosos y épicos, con cortes, cambios de ritmo y riffs asesinos desde títulos como “Emerald”, “Massacre” y “Warriors”, canciones plenas de fogoso rock en “Jailbreak”, “Rosalie” (cover de Bob Seger), “Cowboy Song” y “The Boys Are Back In Town”, zapadas interminables y participaciones de la audiencia ya sea en “Baby Drives Me Crazy” o “Sha La La” y hasta boogies como en “Dancing In The Moonlight”.

Y más; susurros de Lynott a pura emoción en la balada “Still In Love With You”, y dinamita en “Don’t Believe A Word”, “Are You Ready” y “The Rocker”.

Aparte de un notable bajista, Phil era también un vocalista como pocos, no por un imponente caudal, sino por su timbre característico, grave, bajo, oscuro y melancólico, que contrariamente matizaba a los temas de brillantes tonos.

Con el excepcional baterista Brian Downey, componían un sostén monolítico para las devastadoras guitarras de Scott Gorham y Brian Robertson, la estrella del álbum, un guitarrista tan exquisito y genial como ignorado.

De la mano de ellos, este trabajo en vivo deja en la superficie un festival de guitarras de hard rock: al frente, tan violentas como melódicas, ensambladas, armónicas y solos con todas las variantes posibles alcanzando un éxtasis sonoro inigualable.

Puede decirse que nunca la historia fue más injusta con un grupo como el caso de Thin Lizzy; hicieron música de la mejor, dejaron una verdadera marca en disímiles estilos y apenas en el final de su carrera alcanzaron un tibio aplauso, cuando sus mejores años habían transcurrido.

El final fue decadente con otro e intrascendente álbum en vivo en 1983, y un Phil Lynott que falleció en enero de 1986 consumido por las drogas.

Por eso, a veces los que ganan no siempre son los mejores; los Lizzy podrían entonces ser perdedores, pero su época de oro los pone primeros en el podio eternamente.

Calificación: 10/10

Review por Fernando

JUDAS PRIEST "Screaming For Vengeance" (1982, Heavy Metal)


El inicio de la década del ’90 aportó lo que es hasta hoy el último gran álbum de heavy metal tradicional, el fundamental “Painkiller”, cuya edición estuvo rodeada de hechos particulares: Judas Priest venía cuesta abajo en su carrera (sobre todo en la faceta artística más que en la comercial) y ese es quizás el principal motivo (más allá de su incuestionable calidad) por el que sorprendió a todos.

Nadie esperaba semejante monumento de una banda que poco tenía para ofrecer a esa altura; y fue responsable de atraer una nueva generación de fans a las huestes del grupo y porque no, del heavy metal en general.

Sin embargo, Judas tenía una enorme trayectoria detrás de él, desde los oscuros días de los ’70 con trabajos memorables hasta el pico de su popularidad durante los años ’80, con una tetralogía imprescindible: “British Steel” (1980), “Point Of Entry” (1981), “Screaming For Vengeance” (1982) y “Defenders Of The Faith” (1984).

Antes de los mismos, me arriesgaría a decir que Judas no hacía exactamente heavy metal (al menos no en todos sus discos), sino un hard rock más aguerrido que sus contemporáneos; inclusive “British Steel” y “Point Of Entry” son placas muy fuertes que también tienen mucho de rock.

Pero subiéndose a los renovados sonidos que brindaba la “NWOBHM” más la experiencia que tenían sobre sus espaldas, los llevó a grabar lo que fue a mi entender el paso más grande en su dilatada historia: “Screaming For Vengeance”, el álbum que junto a “The Number Of The Beast” de Iron Maiden inició una nueva etapa dentro del heavy rock.

Porque jamás pudiera haber existido un “Painkiller” (otro trabajo precursor de una era) sin antes un “Screaming...” o porque no, un “Defenders...”.

Al momento de grabar este LP, los Judas estaban en un moderado pero incesante ascenso, siendo muy reconocidos en Europa y Japón y a punto de comerse el mercado yanki; solo necesitaban para hacer historia una bomba como “Screaming For Vengeance” y así fue...

A él accedí en el glorioso 1984, pero en el mismísimo 1982 estaba editado en nuestro país, y recuerdo que ese año mirando LPs en una disquería de Villa del Parque alguien con varios años más se paró a mi lado diciéndome “si buscas un gran disco lleva esto (refiriéndose a “Screaming...)”; no se equivocó: con el correr del tiempo llegue a comprarlo cuatro veces (cassette nacional e importado, CD y CD remasterizado) y está dentro del selecto puñado de álbumes tradicionales que cada tanto vuelvo a escuchar, y de principio a fin.

La placa es una letal y literal muestra de cómo hacer heavy sin rodeos: canciones duras y melódicas, rápidas y a medio tiempo, vocalizaciones para el recuerdo y una dupla de guitarras pesadas y filosas hasta el infinito.

Aquí es la primera vez que la banda suena densa, llena y con una contundencia y agresividad inaudita; cada tema es insaciable y antecede a otro mejor aún; y la inmejorable producción de Tom Allon contribuye a aumentar los calificativos elogiosos para un álbum indefinible con palabras, solo resta escucharlo y gozar...

Pocas veces una base fue tan monolítica; el bajo de Ian Hill sostiene un clima tan compacto que asusta y la batería de Dave Holland (hoy cumpliendo sentencia en Inglaterra por “bambinearse” a un joven) se asemeja más a un terremoto que a un simple instrumento de percusión, para demostrar que Scott Travis no fue el único gran baterista que pasó por las filas del conjunto (también destacar a Simon Philips).

Tipton y Downing conforman una dupla incansable, con riffs al frente e irrepetibles y ardorosos solos individuales y a dúo, mientras que Halford da cátedra de cantante de heavy metal por primera vez: sube y baja de tonos como nunca y con una facilidad asombrosa, su caudal se muestra interminable y cambia su estilo virando hacia esa garra y agudos imbatibles que hoy nos son familiares pero no en aquel entonces...

La clásica intro de “The Hellion” y el puñetazo que significa “Electric Eye” bastan para suponer lo que sigue: incandescente heavy metal para la posteridad.

Una catarata de golpes percusivos dan pie a la tremenda “Riding On The Wind” y su infernal cabalgar, con Halford arrasando en el final; una exquisita melodía de quitarras nos dan la bienvenida a esa descarga que es “Bloodstone” para seguir con el momento más calmo del álbum en “(Take These) Chains”.

“Pain And Pleasure” suena lenta, pesada y muy “sabbath”, y en los cuatro temas finales el viaje al infierno no tiene paradas: “Screaming For Vengeance” se simplifica diciendo que es de lo más extremo que Judas ha grabado; el endiablado groove de “You’ ve Got Another Thing Comin’” lo hace clásico eterno; “Fever” baja un poco los decibles aunque no la calidad entre tanto torbellino; y “Devil’ s Child” cierra esta obra maestra con un fervor único.

Hasta la portada merece un párrafo como complemento de esta genialidad, siendo “Hellion” el águila metálica precursora en introducirnos a trabajos épicos como también lo fueron “Defenders...”, “Turbo” (junto a “Rage For Order” adelantado a su época y tardíamente reconocido) y el propio “Painkiller”.

Si bien es imposible olvidarnos de lo hizo Judas durante sus primeros años de vida, la realidad indica que la historia verdaderamente grande de lo que se conoce hoy como Judas Priest empieza con “Screaming For Vengeance” y un camino a seguir en la forma de hacer rock pesado.

Vaya semejante responsabilidad asumieron estos tipos, clamaron venganza y ganaron.

Porque no todos los días nos encontramos con un legado destinado a la eternidad...

Calificación: 10/10

Review por Fernando

DEF LEPPARD "Pyromania" (1983, Hard Rock)


Más allá de los primeros cassettes de Kiss y Queen que formaban mi por entonces reducida discoteca en la adolescencia, empecé a comprar de a poco algunos de otras bandas: corrían los primeros meses de 1984 e iba por “Metal Health” (Quiet Riot), “Piece Of Mind” (Maiden), “Balls To The Wall” (Accept) y el cuarto de esa tanda fue “Pyromania” de Def Leppard, el único editado en ese momento en el país a pocos meses de su edición internacional.

De más está decir que el álbum me partió la cabeza, pero por esas cosas de juventud tres años después lo terminé canjeando; había salido “Hysteria” (otro discazo, claro...), Def Leppard y sus baladas sonaban en la radio y la TV y el grupo parecía volverse demasiado meloso, al menos para mi que solamente quería energía. Pero uno no crece en vano y en 1995 fui nuevamente por “Pyromania” y los demás CDs de Leppard y la satisfacción fue total.

Al quinteto de Sheffield se lo suele emparentar con la “NWOBHM” porque siendo muy jóvenes giraban a la par de Saxon, Maiden, Diamond Head, Angel Witch y otros en medio de la fiebre “punk”, produciéndose su debut discográfico en 1980; pero según propias palabras de sus integrantes, nada más alejado de ello. Los Leppard se nutrían de grupos de los ‘70 de la segunda línea del hard rock inglés (U.F.O. y Thin Lizzy) y sobre todo del “glam” (Bowie, Sweet, Queen, T- Rex, Mott The Hopple).

“On Through The Night” poco tenía de heavy metal, y su sucesor “High ‘n’ Dry” (1981) sonaba entre un personal hard rock y una copia de calidad de AC/ DC. No era para menos estando Robert “Mutt” Lange como productor, que acababa de lanzar a la gloria a los australianos y a Foreigner y era responsable también de producir “Pyromania”, un disco clave.

A simple oída podría decirse que los Leppard no eran totalmente originales; “Pyromania” es una conjunción de la fuerza de AC/ DC de “Back In Black”, la sofisticación del sonido rockero de U.F.O. de “The Wild, The Willin’ & The Innocent” y la moderna americanización de Foreigner. Pareciera una imitación y un fiasco...

Ahora bien, como explicar que esa mezcla no solo resultó ser aplastante, sino también única, porque el grupo hacía lo suyo de manera tan singular y con tanta personalidad que no podemos hablar de robo, con el agregado que la banda siempre supo lo que quiso: premeditadamente sonar así y hacer lo que les viniera en gana en cada trabajo.

Aclaración más que válida para quien piense que el quinteto solamente hace baladas para la radio, porque no solo las hace (y de gran nivel) sino que rockea como pocos; y para muestra basta esta placa que lleva al oyente a los más variados caminos que puedan suponerse entre el frenesí y la calma.

Una de las características del conjunto siempre fue la súper producción del sonido de sus álbumes, pulidos hasta el límite de la claridad sin jamás perder agresividad; “Pyromania” fue el precursor en ese aspecto, sonando como ningún LP lo hizo en esa época y solo superado por los siguientes trabajos del grupo.
Si a eso le agregamos músicos no brillantes pero que en equipo armaban un combo formidable responsable de componer diez temas asombrosos, estamos efectivamente en presencia de un álbum esencial.

La voz de Joe Elliot lleva todo al frente y encaja perfectamente en el estilo de la agrupación; Rick Savage aguanta desde el bajo y Rick Allen sostiene el ritmo al compás de una batería que no es eléctrica ni acústica, solo contundente y personal como solo Def Leppard sabe hacerlo.
Las guitarras gemelas de Steve Clark y Phil Collen terminan de redondear la apoteosis sonora: riffs punzantes, solos rompe huesos y armónicas melodías.

Hay pasajes lentos pero no exactamente canciones románticas; hay hard rock del más fuerte pero sin saturar; hay teclados y sintetizadores que modernizan sin restar potencia.
“Rock! Rock! (Till You Drop)” es el inicio del huracán, un terrible hard rock en la vena de AC/ DC; el hit “Photograph” es insaciable y pega al primer instante.

“Stagefright” aporta más puntos y el medio tempo llega con “Too Late For Love”, un breve y placentero descanso.
Coros a lo Foreigner abren la descarga en “Die Hard The Hunter", que precede al clásico “Foolin’” y al inolvidable estribillo de “Rock Of Ages”.

“Comin’ Under Fire” es otra muestra de cómo hacer un tema pesado y melódico y el cierre baja levemente el nivel con “Action! Not Words” y “Billy’s Got A Gun”, con otros coros memorables.

Todos esos atributos, claro está, hacen a “Pyromania” el responsable de establecer a Def Leppard como un grupo de clase y es hasta históricamente importante por varias razones: no alcanzó el N° 1 en los ránkings de venta en USA (fue N° 2) porque compitió con el mega vendedor “Thriller” de Michael Jackson; en menos de un año se convirtió en la placa de rock más vendida (con seis millones de ejemplares solo en Estados Unidos, llegando a más de diez en la actualidad) y junto a “Hysteria” insertó a Leppard en la elite de bandas inglesas con dos álbumes de diamante, junto a nada menos que Pink Floyd, Beatles y Zeppelin.

El tiempo llevó a Leppard a caminar por el cielo y el infierno, aunque nunca claudicaron en su objetivo: ser ellos mismos.

Porque muy difícil es catalogar a un grupo que hace rock sin llegar al exceso, baladas para la radio sin ser decadentes y hasta pop sin dejar la fuerza.
Por eso Def Leppard, mamando sus influencias, marcó un rumbo que terminó burdamente imitado pero nunca igualado.

El equilibrio del material hace de “Pyromania” seguramente su mejor álbum y la elección obvia para este comentario; porque descubrir sus kilates es un laberinto al que una y otra vez se vuelve.

Calificación: 10/10

Review por Fernando