26 mayo 2007

MOTORHEAD - “No Sleep ‘Til Hammersmith” (Heavy Metal, Bronze, 1981)


Ian Fraser Kilmister (alias “Lemmy”) nació en Stoke- On- Trent hace sesenta años y siendo hoy un hombre mayor mantiene inalterable sus principios y desfachatez que lo llevaron a formar Motörhead en 1975.

El tipo es “el” prototipo del rock ‘n’ roll: sexo, drogas, alcohol, una imagen carismática y hostil (verrugas, dientes de menos, chaleco de denim, pantalones de cuero, botas blancas y los infaltables cinturones de balas) y por supuesto su banda: Motörhead, que hace referencia a un ácido y también es el nombre del último tema que compuso para el grupo de “acid- rock” en el que militaba, Hawkind.

Luego de uno de sus primeros conciertos la revista inglesa “Sounds” les dió “tres meses de vida”… claro que eso no ocurrió, sino todo lo contrario: el conjunto se transformó en una gloria del rock inglés ocupando un lugar trascendental en el período de decadencia del viejo metal, surgimiento del punk y el advenimiento de los ’80.

Efectivamente: a partir de las influencias de MC5, Los Beatles y Little Richard llevadas al límite de la potencia y la transgresión, Lemmy y los suyos fueron el nexo entre la caída del Black Sabbath original y el punk que se devoraba al rock, con una trilogía de álbumes tan imprescindibles como asesinos (“Overkill”, “Bomber” y el atemporal “Ace Of Spades”); y con su inconfundible estilo a la velocidad de la luz de guitarras distorsionadas, bajos sólidos y baterías atronadoras el trío demostró que podía alcanzar el éxito comercial sin sacrificar su integridad musical.

Motörhead era tan chocante como el mejor Sabbath, más pesado que Judas Priest y tan cuadrado y violento como el punk; fortificó al metal, fue padre de la NWOBHM en una Inglaterra vacía de rock hasta que bandas como Maiden, Saxon o Leppard explotaran, y hoy sigue siendo respetado por heavys, rockers y punks por igual.

Y como un resumen de esa etapa irrepetible, en junio de 1981 se editó “No Sleep ‘Til Hammersmith”, un antológico álbum en vivo que directamente saltó al Top -1 de las listas de ventas británicas, grabado durante el tour de presentación de “Ace Of Spades” en Leeds y Newcastle y no paradójicamente en la mítica sala londinense.

La mejor virtud de Motörhead eran sus conciertos, con toneladas de decibeles y una fiereza sonora poca veces vista; sumado a la interpretación de los clásicos que incluían las placas antes mencionadas, “No Sleep ‘Til Hammersmith” se convierte entonces en una bomba que explota una y otra vez y devasta lo que venga.

Que decir de una apertura aplastante con el incansable ritmo de “Ace Of Spades” y la verreboragia de “Stay Clean”, y un trío que parece sonar como un ejército de acordes al ataque: Phil Taylor hace honor a su apodo de “Animal” y aporrea los parches hasta su destrucción, soportando el tempo imparable del grupo. Lemmy ecualiza su bajo como un arma letal, mientras que sus vocalizaciones cavernícolas, sucias y aguardentosas son la marca de la volatilidad del “sonido Motörhead”.

E imposible dejar de referirnos a “Fast” Eddie Clarke, a mi entender el músico más destacado que pasó por las filas del grupo y que probablemente Lemmy nunca pudo reemplazar adecuadamente. Un violero rápido, viejo creador de riffs matadores no apto para oidos vírgenes, pero con estilo, que le imprimía a sus solos buen gusto y melodía otorgándole a la música de la banda la calidad necesaria a veces opacada ante tanta crudeza; sus inspiradas interpretaciones en “Metropolis” y la avasallante “Overkill” son un ejemplo de ello.

Y si bien la placa transcurre sin interludios y todo se torna impiadoso y agresivo, asoma una limpieza de sonido y producción que equilibra el panorama y contradice el mote de “bola de ruido” para con el rock del conjunto. De “Iron Horse” y “The Hammer”, aún con sus cargas de adrenalina, podría decirse que apaciguan las aguas en medio del frenesí; “No Class” rompe cráneos, “Capricorn” adquiere cierta nostalgia especialmente por su guitarreo y “(We Are) The Road Crew” es un divertido homenaje a los plomos que como introducción deja escuchar un ensordecedor y primitvo alarido.

El bis está compuesto por dos disparos en la nuca: “Bomber” pega y “Motörhead” demuele, con un Lemmy colérico vociferando ladridos en un himno que cualquier banda punk jamás pudo componer. Apenas cincuenta minutos y once temas contra la tradición de álbumes dobles, hacen de esta placa un directo histórico que se sitúa cómodamente entre los clásicos en vivo y puso a Motörhead como estandarte del más abominable y desprejuiciado rock ‘n’ roll, venerado hasta en la actualidad.

Y para despejar toda duda y subestimación para con el material del grupo así como la importancia que revistió históricamente, solo resta decir que sin Motörhead muy difícilmente hubieran existido el thrash y su exponente número uno, Metallica, cuyos integrantes son admiradores eternos de Lemmy y cía.

De adolescente Lars Ulrich no dormía pensando tocar alguna vez en el “Hammersmith Odeon”… Motörhead ya lo había hecho y se lo enseñó al mundo, que jamás volvió a ser el mismo.

Calificación: 10/10

Por Fernando