26 mayo 2007

MOTORHEAD - “No Sleep ‘Til Hammersmith” (Heavy Metal, Bronze, 1981)


Ian Fraser Kilmister (alias “Lemmy”) nació en Stoke- On- Trent hace sesenta años y siendo hoy un hombre mayor mantiene inalterable sus principios y desfachatez que lo llevaron a formar Motörhead en 1975.

El tipo es “el” prototipo del rock ‘n’ roll: sexo, drogas, alcohol, una imagen carismática y hostil (verrugas, dientes de menos, chaleco de denim, pantalones de cuero, botas blancas y los infaltables cinturones de balas) y por supuesto su banda: Motörhead, que hace referencia a un ácido y también es el nombre del último tema que compuso para el grupo de “acid- rock” en el que militaba, Hawkind.

Luego de uno de sus primeros conciertos la revista inglesa “Sounds” les dió “tres meses de vida”… claro que eso no ocurrió, sino todo lo contrario: el conjunto se transformó en una gloria del rock inglés ocupando un lugar trascendental en el período de decadencia del viejo metal, surgimiento del punk y el advenimiento de los ’80.

Efectivamente: a partir de las influencias de MC5, Los Beatles y Little Richard llevadas al límite de la potencia y la transgresión, Lemmy y los suyos fueron el nexo entre la caída del Black Sabbath original y el punk que se devoraba al rock, con una trilogía de álbumes tan imprescindibles como asesinos (“Overkill”, “Bomber” y el atemporal “Ace Of Spades”); y con su inconfundible estilo a la velocidad de la luz de guitarras distorsionadas, bajos sólidos y baterías atronadoras el trío demostró que podía alcanzar el éxito comercial sin sacrificar su integridad musical.

Motörhead era tan chocante como el mejor Sabbath, más pesado que Judas Priest y tan cuadrado y violento como el punk; fortificó al metal, fue padre de la NWOBHM en una Inglaterra vacía de rock hasta que bandas como Maiden, Saxon o Leppard explotaran, y hoy sigue siendo respetado por heavys, rockers y punks por igual.

Y como un resumen de esa etapa irrepetible, en junio de 1981 se editó “No Sleep ‘Til Hammersmith”, un antológico álbum en vivo que directamente saltó al Top -1 de las listas de ventas británicas, grabado durante el tour de presentación de “Ace Of Spades” en Leeds y Newcastle y no paradójicamente en la mítica sala londinense.

La mejor virtud de Motörhead eran sus conciertos, con toneladas de decibeles y una fiereza sonora poca veces vista; sumado a la interpretación de los clásicos que incluían las placas antes mencionadas, “No Sleep ‘Til Hammersmith” se convierte entonces en una bomba que explota una y otra vez y devasta lo que venga.

Que decir de una apertura aplastante con el incansable ritmo de “Ace Of Spades” y la verreboragia de “Stay Clean”, y un trío que parece sonar como un ejército de acordes al ataque: Phil Taylor hace honor a su apodo de “Animal” y aporrea los parches hasta su destrucción, soportando el tempo imparable del grupo. Lemmy ecualiza su bajo como un arma letal, mientras que sus vocalizaciones cavernícolas, sucias y aguardentosas son la marca de la volatilidad del “sonido Motörhead”.

E imposible dejar de referirnos a “Fast” Eddie Clarke, a mi entender el músico más destacado que pasó por las filas del grupo y que probablemente Lemmy nunca pudo reemplazar adecuadamente. Un violero rápido, viejo creador de riffs matadores no apto para oidos vírgenes, pero con estilo, que le imprimía a sus solos buen gusto y melodía otorgándole a la música de la banda la calidad necesaria a veces opacada ante tanta crudeza; sus inspiradas interpretaciones en “Metropolis” y la avasallante “Overkill” son un ejemplo de ello.

Y si bien la placa transcurre sin interludios y todo se torna impiadoso y agresivo, asoma una limpieza de sonido y producción que equilibra el panorama y contradice el mote de “bola de ruido” para con el rock del conjunto. De “Iron Horse” y “The Hammer”, aún con sus cargas de adrenalina, podría decirse que apaciguan las aguas en medio del frenesí; “No Class” rompe cráneos, “Capricorn” adquiere cierta nostalgia especialmente por su guitarreo y “(We Are) The Road Crew” es un divertido homenaje a los plomos que como introducción deja escuchar un ensordecedor y primitvo alarido.

El bis está compuesto por dos disparos en la nuca: “Bomber” pega y “Motörhead” demuele, con un Lemmy colérico vociferando ladridos en un himno que cualquier banda punk jamás pudo componer. Apenas cincuenta minutos y once temas contra la tradición de álbumes dobles, hacen de esta placa un directo histórico que se sitúa cómodamente entre los clásicos en vivo y puso a Motörhead como estandarte del más abominable y desprejuiciado rock ‘n’ roll, venerado hasta en la actualidad.

Y para despejar toda duda y subestimación para con el material del grupo así como la importancia que revistió históricamente, solo resta decir que sin Motörhead muy difícilmente hubieran existido el thrash y su exponente número uno, Metallica, cuyos integrantes son admiradores eternos de Lemmy y cía.

De adolescente Lars Ulrich no dormía pensando tocar alguna vez en el “Hammersmith Odeon”… Motörhead ya lo había hecho y se lo enseñó al mundo, que jamás volvió a ser el mismo.

Calificación: 10/10

Por Fernando

19 mayo 2007

MOTLEY CRUE "Shout At The Devil" (Hard Rock, Elektra, 1983)


Durante los ’80, la costa oeste americana fue el centro del hard rock callejero, directo y exitosamente comercial; dos implosiones se produjeron, una a principios de esa década y la otra alrededor del período 1987- ’88 con Guns N’ Roses como líderes.

Pero los que encabezaron la primera avanzada transformándose durante esos años casi tan populares como Van Halen fueron los Mötley Crüe, que llegaban para ocupar el vacío que había dejado la ruptura del Kiss original.

En general ese tipo de hard rock ochentoso pocas veces fue tomado en serio musicalmente por la parafernalia que lo rodeaba y porque sobre todo se buscaban hits a partir de la propuesta de “fiesta todo el día y rock ‘n’ roll toda la noche”; y aún existiendo bandas y músicos verdaderamente talentosos, lo cierto es que no se necesitaban demasiadas luces para sobresalir y vender.

No obstante ello, si escarbamos algo más, nos encontramos con que hubo grupos o álbumes no se si imprescindibles, pero al menos interesantes… y “Shout At The Devil” está en esa lista, porque fue el que lideró toda esa expresión artística y el primer paso a la fama de los Crüe.

Las crónicas de esa época dicen que los primarios shows del cuarteto eran muy salvajes y rabiosos, inclusive sus demos antes de conseguir un contrato independiente para editar “Too Fast For Love”.

Aparentemente el Mötley multiplatino de “Theater Of Pain”, “Girls Girls Girls” o “Dr. Feelgood” poco tenía que ver con esa postrera versión del conjunto. Pues bien, seguramente la manera en la que sonaban Nikki Sixx y cía. allá por 1981 tendría bastante que ver con “Shout At The Devil”, porque la virtud básica del álbum es su dureza. Nada de refinamientos ni gran producción o brillante sonido: aca la cuestión pasa por lo “cuadrado”, el desparpajo crudo y visceral. Hasta la tosquedad si se quiere, adjetivo que aquí encaja como halagueño.

Salvo Tommy Lee, que evolucionó hasta ser un baterista respetado, los demás nunca fueron destacados ejecutantes… pero el rock no necesita de excelsos músicos para patear culos a primera oída. Y eso es lo que genera esta placa contundente, agresiva y densa; la música de los Mötley aquí va siempre para adelante: letras sobre amores desencontrados, sexo y algún toque de oscuridad también, se entremezclan en temas pesados y pegadizos sin llegar a ser hits exactamente.

El grupo suena ajustado y con hambre de rockear, desde una base consistente a prueba de balas, guitarras con gruesos riffs y solos adecuados si bien discretos, y una voz personal como la de Vince Neil, un tipo que entiende de que se trata el rock puesto que con pocos recursos técnicos tiene la habilidad de cantar de una manera absolutamente particular e identificable.

Y como rasgo distintivo, la placa contiene una gran cantidad de clásicos del cuarteto: “Looks That Kill”, “Too Young To Fall In Love”, “Knock ‘Em Dead Kid” y “Ten Seconds To Love” se centran en la misma onda con estribillos fáciles de recordar y un gancho terrible. “Danger” es el único tema donde la banda apacigua los ánimos y sale airosa.

Y el mejor material se centra en la velocidad y calentura de “Red Hot” y “Bastard”, una versión pesadísima y fenomenal de “Helter Skelter” de los Beatles, y “Shout At The Devil”, abrasivo, oscuro y con la fuerza necesaria para derribar una pared.

Gracias a este álbum, los Crüe dejaron los clubes de Los Angeles para compartir giras con Kiss y Ozzy Osbourne, paticipar del mega concierto “U.S. Festival ‘83” ante 375.000 personas y junto a Guns N’ Roses convertirse en las dos principales bandas de hard rock de la segunad mitad de los ’80 y porque no, ocupar un lugar privilegiado entre los históricos conjuntos yankis.

Los LPs posteriores no tradujeron estilísticamente esa voracidad que el cuarteto tenía en sus comienzos, aún cuando trabajos como “Dr. Feelgood” y el injustamente despreciado “Mötley Crüe” con John Corabi son otras piezas para resaltar.

Pero con “Shout At The Devil” el cuarteto plasmó sus cimientos con un puñado de buenos temas y una actitud avasallante, temible hasta para el mismísimo diablo.

Calificación: 8/10

Por Fernando

18 mayo 2007

U.F.O. "Lights Out" (1977, Hard Rock)

Histórico: !!!Los 2 miembros de este blog comentan el mismo disco!!!

En 1986 conocí de la existencia de Ufo por medio de una pequeña nota en la precursora y desaparecida revista “Riff- Raff”, en la que se deshacían de alabanzas para con la banda y su guitarrista estrella, el alemán Michael Schenker ; y en algún momento con posterioridad llegué a escuchar sus himnos acaso más conocidos, “Doctor Doctor” y “Rock Bottoom”, del álbum “Phenomenon” (el primero con Schenker).

Doce años después decidí que debía darle oportunidad a viejas y nunca bien reconocidas glorias del hard rock inglés (Thin Lizzy, Uriah Heep) y empecé con Ufo: en el Parque Rivadavia compré con mucha expectativa el CD “Walk On Water”, y cuando lo puse en la compactera, sentí como un guitarrazo me hundía contra la ventana… era feliz, por fin me sacaba las ganas de adentrame en el mundo de Mogg y cía.

Para ser sintético, solo digo que Ufo me partió la cabeza como pocos grupos lo hicieron, y hoy ocupa un lugar preponderante en mi discoteca, a la par de los principales y tradicionales conjuntos con los que crecí en mi adolescencia (Maiden, Judas, Purple, Zepp, Kiss, etc.)

Es más, arriesgaría a decir que compite palmo a palmo junto a Deep Purple el cetro de mejor (y no más importante, cuidado…) banda de hard rock inglés de la historia.

Nunca tuvieron demasiada repercusión y el término de “grupo de culto” no les caería mal… pero que pasa si nos enteramos que instituciones como Iron Maiden y Def Leppard reconocen al quinteto británico como una de sus influencias (la principal en el caso de Maiden), si su bajista Pete Way aporreaba su instrumento como una puta cuando Steve Harris aún era niño y quería ser como él, o si Michael Schenker con menos de veinte años ya deslumbraba a todos con su estilo agresivo y melódico y en Europa era considerado por encima de Eddie Van Halen…

Señores, estamos en presencia de unos verdaderos próceres del rock inglés de los ’70, años en los que desarrollaron su obra de oro, especialmente a partir de la entrada de Schenker; entre 1974 y ’79, editaron cinco placas imperdibles y uno de los tres mejores álbumes en vivo de todas las épocas, “Strangers In The Night”.

Todos esos LPs tienen clásicos y momentos inolvidables, “Lights Out” es comentado aquí quizás porque en él la banda alcanza su madurez sonora a partir de su alineación más tradicional (Mogg- Schenker- Way- Raymond- Parker) y las manos mágicas del productor Ron Nevison o porque es un trabajo decisivo que permitió al quinteto dar su primer gran paso de popularidad. Pero indistintamente podríamos referirnos a “Phenomenon”, “Force It”, “No Heavy Petting” u “Obsession” como discos esenciales que marcaron a fuego la carrera de Ufo, siendo “Lights Out” un eslabón más en esa cadena de perlas.

Hay que buscar mucho para encontrar un grupo con tanta buena música y equilibrio como éste; porque Ufo nos lleva por todos los caminos: la fuerza vocal de Phil Mogg para rockear o su tono cristalino y melancólico para los espacios suaves; la ametralladora en forma de graves del bajo de Pete Way , al extremo de la emoción… puede un bajo emocionar y tener sentimiento?

El de Pete vaya que si…

La justeza y ensamble de un baterista como pocos en Andy Parker, o el trabajo irremplazable de Paul Raymond, pieza clave acompañando los acordes de Schenker o luciéndose en los refinados y nostálgicos arreglos de piano y teclados que transformaron a Ufo en una marca registrada en ese aspecto.

Y que decir de Michael? Luego de haber escuchado centenares de guitarristas, encontré tardíamente a un genio desequilibrado que dominaba su Flying V a “piachere”: una técnica sin igual pero de ningún modo fría; velocidad bien utilizada sin superpoblar notas; solos exquisitos y con estilo, riffs de base asesinos y potencia tanto como belleza me llevan a considerarlo hasta hoy como el mejor violero en cuanto hard- rock se refiere (lista entre los que se encuentran Edward Van Halen y Blackmore nada menos…).

Y esa variedad y buen gusto obviamente están presentes en este LP; “Too Hot To Handle” y “Just Another Suicide” son dos rocks tradicionales, fuertes y con ritmo, punteos antológicos a cargo de Schenker y la creciente inserción de pianos, fundamentales a partir de esta placa.

La canción “Lights Out” es un clásico de clásicos, con su pegadizo estribillo y un torbellino de eléctrica velocidad tipo “cabalgata”, antecesor espontáneo de “The Trooper” y el estilo veloz que popularizara Iron Maiden en sus álbumes iniciales.

El cover de Love “Alone Again Or” muy onda ’60 brilla por la excelente vocalización de Phil y unos coros relucientes; “Getting Ready” es un hard rock melódico a medio tiempo que se contrapone con “Electric Phase”, crudo, rudo y con un slide matador que llega al clímax en un solo de guitarras gemelas difícil de igualar.

Paradójicamente y siendo Ufo una banda que siempre rebalsó potencia, es probable que los mejores números de esta acto sean dos temas lentos, sentimentales y extraordinariamente finos: “Try Me” y su atmósfera melancólica que pareciera palparse a través de la portentosa garganta de Mogg y el climático solo de Michael apoyado por iluminadas orquestaciones.

Y “Love To Love”, más de siete incesantes minutos en donde el conjunto se despacha con todo su arsenal de multitexturas: una introducción intrincada a base de riffs e interludios acústicos, Mogg entonando hasta el escalofrío, un puente denso para el lucimiento de Schenker y un final agresivo en el que el grupo alcanza pasajes épicos reforzados por majestuosos arreglos orquestales.

Como queda demostrado aquí “Light Out” mediante, Ufo daba otro salto de calidad con un álbum que no solo les abriría las puertas del mercado americano, sino que sería el preludio de una más que acertada continuación con “Obsession” y el voluminoso “Strangers In The Night”.

Schenker no duraría muco tiempo más en el seno de la banda y “No Place To Run” ya con Paul Chapman mantendría los laureles ganados. Años después y en repetidas oportunidades hasta hoy, el trío base Mogg- Schenker- Way se juntaría y separaría tantas veces como fuera necesario, grabando otras gemas como “Walk On Water” o “Covenant” y quién sabe, seguramente habrá una última ocasión para volver a gozar con ellos.

Más allá de ese deseo, el material eterno de los ’70 con “Lights Out” al frente permanece como una luz incombustible aún en la oscuridad.

Calificación: 10/10

Por Fernando


Uno de los mejores discos en estudio del quinteto británico.

Tras el vibrante “No Heavy Pettin”, el grupo depura más su hard rock balanceando lo rítmico, pesado con lo melancólico, armónico y cadencioso. Como siempre el que más luce es Michael Schenker, con su arsenal de riffs y sólos plagados de melodías. Ron Nevison debuta como productor en la banda, logrando un sonido más nítido y compacto.

Así se suceden temas muy rockeros como “Too Hot To Handle” (Para marcar el ritmo), el muy vibrante “Electric Phase”, amagues de country en “Gettin’ Ready”, la nostalgia de “Just Another Suicide” y “Try Me” (Ambas con un buen uso del piano por parte de Paul Raymond), y el vértigo del tema título que te sacude como un vendaval.

Pero este álbum contiene a mi criterio el mejor tema de toda la carrera de U.F.O.: el excelente “Love To Love”, composición larga e intrincada que va desde riffs muy rítmicos, hasta acústicas conmovedoras, pasando por excelentes vocalizaciones de Phil Mogg... y para variar, Schenker dando cátedra en las seis cuerdas. Ni hablar de Pete Way y su bajo que siempre se hacen escuchar. Un gran disco, con otro arte de tapa muy interesante (Ver arriba).

Calificación: 8/10

Por Martín

AEROSMITH "Toys In The Attic" (1975, Hard Rock)


Entre 1987 y 1993, Aerosmith editó tres álbumes (“Permanent Vacation”, “Pump” y “Get A Grip”) que significaron su resurrección artística y comercial , transformándose en el único dinosaurio rockero americano de los ’70 que supo y pudo reinventarse hasta nuestros días.

Y mucho se habló de las melosas baladas que apuntalaron ese éxito y llevaron a la banda a un público no netamente rockero, sobre todo en nuestro país, en donde está de más decir que fue ignorado en su época de oro casi por completo.

Lo cierto es que estos oriundos de Boston ya tocaban juntos desde 1969 y tenían una enorme e histórica carrera hecha durante los ‘70, especialemente en EE.UU., donde eran atracción de las audiencias a la par de Kiss y ZZ Top.

En efecto, en esos años y con “Dream On” (de su homónimo primer LP de 1973) no solo enseñaron al mundo como hacer temas lentos y nostálgicos que dan por tierra a engendros como “Crazy”, “Angel” o “Cryin’ “, sino que convocaban multitudes en arenas o estadios “outdoors” mientras grababan un puñado de placas seminales para la historia del hard rock estadounidense: “Rocks”, “Draw The Line”, el fabuloso en directo “Live! Bootleg” y este que nos ocupa, “Toys In The Attic”.

Ello hizo de Aerosmith el grupo más grande americano durante la década del ’70 junto a Kiss, con la diferencia que mientras éstos atraían a niños y adolescentes, los Aero captaban a un públco más adulto y experiente.

También fueron líderes en llevar al límite el estilo de vida del rock en cuanto a los excesos (a Steven “Tyler” Tallarico y Joe Perry se los conocía como los “gemelos tóxicos”) y sin proponérselo sirvieron de influencia para la camada de agrupaciones de la costa californiana que se reproducirían como conejos hasta explotar en los umbrales de los ’80, incluyendo a los últimos super-rockeros surgidos hasta hoy: Guns N’ Roses.

En 1975 y con dos álbumes en su haber, Aerosmith ya se perfilaba como un conjunto de avanzada, algo que confirmó con éste su tercer disco, responsable de lanzarlos a la fama definitivamente.

Y no es para menos, puesto que “Toys In The Attic” pone de manifiesto el potencial de una banda que lo tenía todo: mucho rock y guitarras calientes, pero también blues, boggie, finas melodías y hasta climas oscuros.

De la mano de Jack Douglas (productor de la etapa más sobresaliente), el quinteto se dispone a arrancar cabezas… y lo logra de fácil manera: una base dura y eléctrica en donde el bajista Tom Hamilton y el baterista Joey Kramer se sacan chispas; un dúo de violas crudas y rifferas a la vez que armónicas en las manos de Joe Perry y Brad Whitford (un gran tapado opacado por la “presencia rockera” de Perry, pero fundamental para el sonido del grupo, responsable de muchos de los acordes y solos más memorables y respaldo básico en el que Joe siempre se recostó para hacer su labor); y obviamente un cantante del estirpe y carisma de Steven Tyler, poseedor de un registro cascado, caudaloso y eternamente personal.

“Toys In The Attic” es uno de esos álbumes elegidos en donde no hay material de sobra, todo está elaborado y ubicado en el lugar justo.Un infernal y constante riff acompaña a la canción de apertura y que da nombre al LP; es un ritmo incansable y fuerte con ajustados coros que convierten al tema en un clásico del repertorio del conjunto.

Con “Uncle Salty” llega una especie de boggie imposible de no tararearlo con un estribillo climático y melódico en otro tempo; el homenaje a Zeppelin está presente en “Adam’s Apple” donde descollan las guitarras gemelas de Perry y Whitford.

Y para demostar que Aerosmith siempre iba un paso delante de otros, “Walk This Way” recrea a través de un endiablado guitarreo y la letra recitada más que cantada por Tyler, un atisbo de antecedente del rap aún cuando sus posteriores intérpretes ni siquiera habían nacido.

Es claro que estos tipos no le temían a nada, y se le animan a un jazz con groove y vientos en “Big Ten Inch Record”, armónica e increíble perfomance de Tyler mediante. “Sweet Emotion” se suma a la lista de himnos de la banda, coros afinados y guitarrazos semejantes a un piñazo en el estómago que dan pie a los punteos del final.

En “No More, No More” ponen a prueba su indisimulable admiración por los Stones de la época de “Sticky Fingers” y “Exile On Main St.”, y “Round And Round” es uno de los momentos más extraños de la carrera musical del conjunto: un tema denso, pesado y agobiante, con Tyler desgañitando sus cuerdas vocales y guitarras tenebrosas ennegreciendo aún más el panorama para la envidia de Black Sabbath.

El último e infaltable surco en todo álbum de Aerosmith es el descanso, la parte climática y romántica presente en este caso con “You See Me Crying”, que no es una balada: si un tema lento hecho con altura, orquestaciones pomposas que tiñen de emoción cada segundo y Steven entonando un falsete agudo que eriza la piel… para que las generaciones futuras sepan que los hits de los ’90 no eran algo nuevo.

A “Toys In The Attic” le siguió “Rocks”, considerado por muchos su mejor placa (al menos de su “primera etapa”) que terminó de darles a los Aero el espaldarazo final, pero que quizás no incluía tantos clásicos como aquí.

Como a todo grupo de los ’70, el advenimiento de los ’80 trajo cambios de alineación, idas y vueltas y bajones, hasta que lograron reacomodarse con discazos como los mencionados al inicio de esta “review”.

Pero la verdadera semilla Aerosmith la plantó cuando pocos hacían rock hace más de treinta años, con una calidad única y un talento infinito. Las comparaciones son odiosas y en definitiva Aerosmith fue grande antes y ahora; las obras posteriores a sus primeros años tampoco tienen desperdicio, pero es una herejía olvidar como simples juguetes viejos en un altillo el material que verdaderamente los hizo históricos y eternos.

Y “Toys In The Attic” está entre ellos.

Calificación: 10/10

Por Fernando

13 mayo 2007

BLACK SABBATH "Heaven And Hell" (1980, Heavy Metal)


Black Sabbath siempre fue una banda muy difícil de entender. Su mezcla de rock tenebroso, denso y pesado, jazz y psicodelia no era para novatos. No conozco a nadie que haya iniciado sus gustos musicales a partir de la “bruja negra”, y aplaudo a aquellos que si lo hicieron. Por esa razón a mi me pegaron de grande, luego de quince años de escuchar cientos de grupos y con bastante rock a cuestas.

De los tres estandartes del metal británico (junto a Zeppelín y Purple) fueron los más defenestrados y menospreciados, seguramente consecuencia de la ignorancia. Porque hay que tener los sentidos bien abiertos para comprender los carriles musicales desarrollados en todas sus formaciones. Pero una vez que te atrapa, alpiste.

Y empecé con Sabbath por su segunda etapa, la que incluía al mágico Ronnie Dio, responsable de devolver al grupo la gloria perdida (acaso) con los dos últimos álbumes con Ozzy Osbourne: “Technical Ecstasy” y “Never Say Die!” (cuidado, poseedores también de buenos e inigualables momentos).

Hasta allí Black Sabbath era un grupo que venía cuesta abajo y era arrasado en su última gira con Osbourne por el acto soporte: Van Halen. Su música sonaba desvencijada y caduca en el umbral de los ’80.

Con “Heaven And Hell” la banda transforma lo suyo en algo más lírico y musical, haciendo un hard rock de elite, no tan retorcido como en los seminales primeros años de su carrera, aunque no menos oscuro. Ozzy había partido, pero la magia negra de Dio potenció a Iommi y los suyos para crear una placa revolucionaria en la historia del metal y que revitalizó la alicaída vida del cuarteto, en la que además aportó todo su bagaje para predominar en las letras, responsabilidad hasta entonces en su mayoría del querido Tony y el bajista Geezer Butler.

A secas y en síntesis, “Heaven And Hell” es para quien escribe el mejor trabajo de 1980, un año plagado de ediciones históricas (“Iron Maiden”, “Permanent Waves”, “Back In Black”, “British Steel”, “Ace Of Spades”, “Wheels Of Steel” y otras).

Producido por Martín Birch, el álbum nos lleva por interminables climas de toda índole a través de ocho temas de antología; los insuperables riffs de un poseído Iommi combinados con la monolítica base Ward-Butler más el brillo de un Dio manejando más hábilmente su voz que en Rainbow, redondean este trabajo imprescindible y obligatorio para cualquier escucha. El viaje se inicia con el clásico, “Neon Knights”, directo, duro y cortante, para dejar sentado que había otro Black Sabbath, hambriento y con ganas de más; “Children Of The Sea” sube la apuesta, otro diamante en bruto.

En “Walk Away” y “Wishing Well” el rockeo se torna infernal, y la temperatura no deja de subir con “Lady Evil” y la épica “Die Young”, con Dio recitando el estribillo para la posteridad. “Lonely Is The Word” es la calma en medio del torbellino, dejando para el final al tema que da nombre al disco y resume el momento que vivía el conjunto: luz y sombra, emoción y sentimiento, calidez y crudeza conforman una de las canciones más logradas de todas las épocas.

La salida de “Heaven And Hell” coincidió con la explosión del movimiento metálico más importante de Gran Bretaña, la “NWOBHM”, y no solo acopló a la banda a él, sino que la hizo líder de una escena de conjuntos emergentes que tomaron influencias de este nuevo Sabbath, y no hablamos de nombres menores: Maiden, Diamond Head, Angel Witch, Saxon y otros de segunda línea.

De manera inesperada y cuando todos los habían olvidado, el grupo redoblaba el desafío y salvaba su trayectoria con un álbum tan grande como maravilloso, propiedad del talento de los elegidos.

Estamos refiriéndonos a la calidad eterna de los músicos que formaban Black Sabbath, y a “Heaven And Hell” por supuesto. Un estandarte inscripto con letras de oro en la arena del rock e imposible de obviar.

Calificación: 10/10

Por Fernando